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jueves, 30 de agosto de 2012

DE LOS PRIMEROS CRISTIANOS A LA NUEVA JERUSALÉN, Por Ernesto Rivera Rodríguez


Los eventos de violencia y barbarie que se han desatado en el estado de Michoacán derivados de supuestos y añejos conflictos religiosos, como punta del iceberg, generados por el atraso social, la marginación y la usurpación de las funciones del Estado, por grupos facticos pseudo religiosos y mesiánicos, y de la ignorancia fundamentalista, nos recuerdan  las palabras de Claudio Magris, humanista y destacado columnista del Corriere della Sera: “Con los fundamentalismos, el cristianismo, el del Islam u otros, -como el  de la Nueva Jerusalén-, Dios no tiene nada que ver.

El problema no es tanto si la fe en Dios existe o no, sino si la idea de Dios es una idea fuerte, que da sentido o es una idea absurda. Yo siento, escribe Magris, con fuerza la idea de Dios. Luego pienso que como no se puede demostrar, uno debe de vivir con eso”.
Pero parece que los mexicanos que presumimos, tanto la mayoría católica, como la dinámica minoría evangélica, de ser uno de los pueblos más cristianos del planeta nos conducimos como si la idea de Dios no se sintiera. Un amigo anónimo me hizo llegar esa respuesta de José Vasconcelos a Romain Rolland, con fecha 4 de Febrero de 1924: “Somos una nación atea, en el peor sentido del término, atea no tanto porque reniegue de dogmas sino porque carece de ideales, porque cuando no nos burlamos del ideal, lo pisoteamos y lo desconocemos. Llámese justicia; llámese libertad; llámese voto; llámese amor, no hay nada sagrado entre nosotros…”

Duro, ¿no? Cierto, ¿no? ¡Cuán lejos nos encontramos de los cristianos del siglo III, antes de que el Imperio Romano proclamara con fuerza impositiva su idea de Dios! Escribía entonces uno de ellos al aristócrata pagano Diogenetus: “Los cristianos no se distinguen de  los demás, ni por el país, ni por el idioma, ni por la ropa. No habitan ciudades reservadas, no usan algún dialecto extraordinario, su modo de vida no tiene nada de singular, se conforman con las costumbres locales para su vestimenta, comida y manera de vivir y de veras paradoxales de su república espiritual.
Residen en su propia patria, pero como extranjeros residentes; cumplen con todos los deberes ciudadanos y toda tierra extranjera es su patria y toda patria una tierra extranjera. Son en la carne, pero no viven según la carne. Pasan su vida en la tierra, pero son ciudadanos del cielo. Obedecen a las leyes establecidas y su manera de vivir rebasa en perfección todas las leyes…En una palabra, lo que el alma es en el cuerpo, los cristianos lo son en el mundo”.
¡Qué programa para los cristianos del siglo XXI, especialmente en nuestro México, guadalupanos o no,  y  no sólo para los de la Nueva Jerusalén, un México que se parece al Israel del profeta Isaías: “Nosotros pecábamos y te éramos siempre rebeldes. Todos éramos impuros y nuestra justicia era como un trapo asqueroso; todos estábamos marchitos, como las hojas, y nuestras culpas nos arrebataban como el viento…¿Por qué Señor, nos permitiste alejarnos de tus mandamientos  y dejas endurecer nuestros corazones hasta el punto de no temerte?”…Ahora, muchos no le temen  al Señor, sino a la “Santa Muerte”.

El historiador ve con admiración cómo, a lo largo de dos mil años, la fe en Cristo se mueve como un incendio que arde mucho tiempo en un lugar y luego se apaga, pero para  resurgir más adelante,  de manera inesperada. Se nos dijo y era cierto, en apariencia, hasta el momento que dejó de ser cierto, que el cristianismo era un producto cultural  occidental, europeo, y que en América funciono la fusión de la antropología religiosa mesoamericana con la simbiosis del catolicismo europeo, a tal grado de llevar en el Siglo XV, al primer “Holocausto”, llamada y conocida como la  “Santa Inquisición”, dirigida con mano de hierro, por el Inquisidor General, Tomás de Torquemada, que nada tenía que ver con la fe de los cristianos del siglo III, ni tampoco ni mucho menos los nuevos y feroces inquisidores de la Nueva Jerusalén, cuyo pueblo sometido, analfabeta y marginado, yesca para las llamas del fundamentalismo medieval reza de día y trafica de noche, donde el cristianismo, la religión como bien escribiera Carlos Marx, “se ha convertido en el alma de un mundo sin alma”. Email:gernestorivera@gmail.com    

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