A unos meses de que concluya su gestión presidencial, Felipe Calderón busca afanosamente la supervivencia política.
La estrategia que ha mostrado hasta ahora parece
bifurcarse en dos posibles caminos a seguir, que pudieran fundirse en algún
momento del futuro inmediato.
Por una parte, el mandatario dio a conocer en
fecha reciente su interés de renovar al Partido Acción Nacional con un sentido
autocrítico y cambios profundos, no solo para revertir en la medida de lo
posible el gran fracaso que tuvo ese partido en las elecciones de julio pasado,
sino para tratar de vigorizarlo y convertirlo en una trinchera más segura que
le permita desplegar estrategias defensiva o de una mayor ofensiva frente a los cuestionamientos que se avecinan
respecto al ejercicio de su mandato, ya sea dentro o fuera de su propio partido
Se trataría, entonces, de que quedara él o
uno de los suyos al frente del propio partido para articular los cambios que
considera necesarios, para lo cual se apoyaría en las bancadas panistas en Congreso
federal, así como en los gobiernos estatales o municipales con que cuenta. De
igual forma, buscaría pactar alianzas con los demás partidos mediante concesiones a la hora de votar por leyes y reformas inminentes.
La otra jugada del presidente Calderón, también visible, se
orienta hacia fuera de nuestras fronteras, tal como lo expresó en estos días, en
el sentido de que quisiera dedicarse a actividades académicas en el extranjero,
es decir, dar clases en alguna universidad reconocida internacionalmente.
En todo caso, ambas estrategias son incluyentes
y hasta bien pueden constituir un plan, que se antoja indispensable, tanto para
neutralizar a sus adversarios o enemigos dentro del partido blanquiazul como en
otros partidos políticos, además de diversos grupos de poder que no fueron
favorecidos por sus decisiones durante su gestión sexenal.
Es, pues, previsible que esos embates resurgirán
con mayor hostilidad, como las estrategias y acciones que le garanticen salir
avante de posibles acusaciones, que incluso podrían cobrar forma legal o, como
se ha rumorado, incidir en cuestiones de seguridad para Felipe Calderón y su
familia ante un posible intento de agresión de alguno de los poderosos carteles
mexicanos.
No pasará mucho tiempo antes de que nos
enteremos de cuáles son los pasos que decide dar el aún presidente con vistas a
su salida del poder, bien sea las que él mismo ha expresado u otras que
pudieran sobrevenir ante condiciones que no se pueden prever en este momento, pero
que por igual pueden ser tan legítimas como indispensables.
A la vez, cada día serán más evidentes los
obstáculos que le pongan los grupos panistas que le son adversos, como también
ciertas élites con poderío económico o político
que esperan el momento oportuno para criticarlo, cuestionarlo y hasta
enjuiciarlo.
Ir más allá de los cauces legales sería reprobable
e injusto y constituiría un retroceso para nuestra vida democrática, regida por
las instituciones que hemos erigido los mexicanos desde hace ya algunas décadas
en la búsqueda de que prevalezca la paz, el apego a derecho, la estabilidad
política y el desarrollo económico y social en nuestra nación.
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