Moisés Sánchez Limón |
De acuerdo con Manlio Fabio Beltrones y Carlos Aceves del Olmo, que de menesteres legislativos son sabios, la ruta crítica de la Reforma Laboral corre en tiempo y forma. En la discusión de la iniciativa propuesta por Felipe Calderón cada quien asume sus quince minutos de gloria, o el derecho de pataleo que le corresponde en la Cámara de Diputados.
Por ejemplo, ¿cuál es la relevancia de quienes, encabezados por Gerardo Fernández Noroña, protestaron frente al Palacio Legislativo de San Lázaro contra la que consideran negociada Reforma Laboral? Protestaron por un rato junto con otros contingentes que son de recurrente presencia en torno de la sede camaral cuando los llamados partidos de izquierda se oponen a reformas de manufactura priista o panista.
Lo interesante de este proceso de negociación y discusión de una de las dos iniciativas preferentes enviadas por el presidente Calderón al Congreso de la Unión, estriba en la fenomenal sacudida al frondoso y añejo ahuehuete sindical mexicano, cuyas dirigencias han evitado entrar a la discusión de pros y contras de esa propuesta que se imagina como el ánimo de molestar al vecino de enfrente.
Y es que, estará usted de acuerdo en que, a pesar de ser harto conocida la insistencia de reformar a la cuarentona Ley Federal del Trabajo, desde Los Pinos se dejó caer de golpe y porrazo la iniciativa sin explicar sus alcances a satisfacción de los actores directamente involucrados en el tema, es decir, los trabajadores, o sea, la inmensa mayoría de los mexicanos.
De otra suerte, indudablemente dicha propuesta habría caminado en los escenarios de la discusión más apropiada y sin alarmas. Pero, como una broma de mal gusto que sacudió a las añosas estructuras dirigentes del sindicalismo independiente y oficial y oficioso mexicanos, cumplió su objetivo.
Es cierto que la inmensa mayoría de los sindicatos tiene un, si usted quiere, poco ortodoxo sistema de rendición de cuentas y lo que parece democracia en la elección de sus cuadros dirigentes, pero dejar suelta la especie de que los caciques sindicales esconden barbaridades bajo la alfombra y por ello se niegan a ser absolutamente transparentes en todo su quehacer, removió entre el grueso ciudadano la indignación por aquellas fortunas amasadas al amparo de complicidades sindicales con autoridades laborales.
Por supuesto, ofende la vida de jeques que se dan dirigentes como Carlos Romero Deschamps o la maestra Elba Esther Gordillo Morales, contrastante con Francisco Hernández Juárez que suele ir al cine con la familia, pero al norte de la ciudad de México, no en San Diego, California, o en Houston, Texas.
¿Cuándo se legislará a profundidad en esto de la vida de los sindicatos y de los partidos políticos? Es posible que en esta LXII Legislatura federal, porque los pasos que se han dado respecto de la propuesta presidencial en materia laboral, abona en terrenos de importantes reformas que terminen de una vez por todas con las medianías o claroscuros legislativos.
El tema de la transparencia y rendición de cuentas de sindicatos y partidos, se quedó encorchetado hace casi una década. Hoy la propuesta, por ejemplo, es dar mayor autonomía al Instituto Federal de Acceso a la Información Pública, a la par de incorporarle atribuciones con carácter vinculatorio de forma tal que su injerencia sea, incluso, en el ámbito municipal.
Digamos que Felipe Calderón, ya de salida, le dio en paralelo una sacudida al Congreso de la Unión y procedió con uno de los puntos aprobados en la Reforma Política, de forma tal que esto de la iniciativa preferente será como la prueba del ácido para los diputados y senadores.
¿Se atreverán los legisladores a transparentar a sus sindicatos y partidos? Es posible. Sólo esperemos a analizar la Reforma Laboral que se aprobará esta semana en la Cámara de Diputados y luego discutida y analizada, la minuta correspondiente, en los próximos 30 días naturales en el Senado.
Por cierto, ¿qué papel jugarán los diputados descendientes de familias asiduas al escándalo político y poco transparente? Dicen que también llegan al Palacio Legislativo de San Lázaro a sacudirse mala fama y lavar apellidos y en ese ánimo desquitarán la jugosa dieta. Por lo pronto cierran septiembre y no dan color. Digo.
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