Consumado el atraco de todos los tiempos, la entrega del subsuelo mexicano a los intereses extranjeros, lo que sigue para el aparato oficial es enmarcar al presidente Enrique Peña Nieto como un “gran reformista”, lo cual se escucha muy bien.
No hay duda de que el mexiquense resultó un buen operador de las reformas que su partido bloqueó anteriormente al gobierno de Felipe Calderón, pero con el encuadre del “gran reformista” nos están vendiendo nuevamente espejitos mágicos, porque al exaltar las virtudes de operación política se deja atrás el tema de fondo que representan las consecuencias que la reforma energética tendrá para el país a corto y a largo plazo.
Mucho se habla de los supuestos beneficios económicos que traerá consigo, pero la duda que persiste es si éstos solamente se darán a nivel macroeconómico sirviendo al objetivo de elevar un poco el mediocre crecimiento económico del primer año de Peña, o si aterrizarán a nivel micro en la economía familiar de los ciudadanos de a pie.
El proceso reformista en México no es nuevo, llevamos 30 años inmersos en un proceso de desincorporación que ha generado una riqueza acumulativa, en unas cuantas manos, pero no una riqueza distributiva que se vea en la mesa de millones de hogares que sobreviven con salarios miserables, o en una reducción de la cada vez más creciente pobreza.
En su libro El malestar en la globalización, el premio nobel de Economía y ex primer vicepresidente del Banco Mundial, Joseph Stiglitz, da cuenta de cómo ese organismo y el Fondo Monetario Internacional condicionan a los países en desarrollo la apertura de sus economías al capital de las transnacionales sin que esto haya sacado a nación alguna del atraso sino por el contrario, la pobreza se ha incrementado en ellas.
Es preciso aclarar que efectivamente Pemex no se vende, porque a las transnacionales no les interesa cargar con los problemas de esa institución corrupta, solamente el petróleo y el gas y eso es lo que les está regalando esta reforma energética, la posibilidad de explotar el subsuelo mexicano obteniendo ganancias. No van por las migajas sino por el merengue del pastel.
Un gran regalo es la posibilidad de fracturar nuestro suelo mediante una técnica llamada fracking para obtener el gas shale, con un gran costo en capital pero también ambiental, ya que ese proceso implica la inyección de químicos cancerígenos al subsuelo que pueden contaminar el agua y generar gases invernadero además de incrementar la sismicidad. Los inversionistas obtendrán grandes utilidades y los mexicanos grandes riesgos de salud y desastres para nuestros hijos y nietos.
Tampoco hay que perder de vista que una parte considerable del Presupuesto de Egresos de la Federación proviene de los ingresos petroleros que en adelante se compartirán con la iniciativa privada. ¿Cómo van a tapar ese hueco? Con más deuda como la que ya le aprobaron para los dos años que vienen al Gobierno Federal.
Los “grandes reformistas” están creando así un crecimiento ficticio, sustentado en deuda y la expoliación de los recursos naturales de México que tendrán un efecto negativo a largo plazo para las generaciones futuras pero que esperan les reditúe políticamente en 2015.
Cito a Winston Churchill: “Un político se convierte en estadista cuando comienza a pensar en las próximas generaciones, no en las próximas elecciones”, en México no necesitamos un “reformista” corto de miras, sino un “estadista” con auténtica visión de futuro para nuestros descendientes.
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