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domingo, 19 de enero de 2014

Rogelio Martínez Faz/Michoacanistán/Cartas desde Chicago

Rogelio Martínez Faz/ La situación de violencia que se vive en Michoacán, México, para quienes vivimos fuera o no somos michoacanos, la información que nos llega podría ser fidedigna o distorsionada, lo que podría crear una percepción equivocada de los michoacanos llegando a conclusiones injustas. Pero lo que sí es una realidad es lo que se ve; una crisis de valores, ausencia de autoridad y corrupción, un caos. ¿Son rasgos característicos que tienen que ver con la idiosincrasia nacional o regional?

La historia no se forma de un día para otro, es un cumulo de circunstancias extrañas y caprichosas que vienen configurando la identidad de un pueblo en una área territorial determinada; encuadrados en costumbres, credos, incluso relacionados al área geográfica. Y se manifiestan en conductas que se vuelven ordinarias para los locales pero quizás incomprensible para los demás. Donde convergen influencias externas y hábitos ancestrales que determinan la conducta. Pero en el caso de Michoacán y otros estados como Guerrero y Oaxaca, los sucesos están fuera de toda lógica de una sociedad que pueda ser funcional con las demás.

Esto no es exclusivo de México, algo similar sucede en otros lugares del mundo donde imperan ideas fanáticas por lo regular religiosas con hábitos primitivos, coincidentemente se centran en abusos contra los más vulnerables: mujeres y niños que quedan expuestos a la violación de sus derechos básicos, pero justificables ante los ojos de los caciques locales.

Un ejemplo de ello son los talibanes en Afganistán, o países islámicos donde existe la cultural de la violencia, alejada de los derechos fundamentales del mundo contemporáneo.
Costumbres que al mundo exterior le cuesta trabajo entender por su fanatismo local hostil y solapante ¿Es el caso de Michoacán sometida a una usanza tribal donde imperan los códigos de los líderes que hacen uso del terror como método de gobierno?
Como podríamos entender los términos templarios, caballeros, familia, carteles, relacionados a la violencia, que pretenden que sus leyes dependan de la lealtad o temor a su intolerancia. Condición antisocial a usanza primitiva como si se tratara de lugares remotos e inhóspitos que no se ajustan al mundo exterior.
Aunado a esto, está la inoperancia de las instituciones de Estado, por lo regular alineadas también a las circunstancias como alternativa de sobrevivencia y convivencia, un culto palurdo disfrazado de impartición de justicia.
El estado de derecho, el sistema judicial y el respeto a las leyes, son palabras vacías de los políticos, que balbucean los principios de la democracia pero en teoría. De qué otra manera se explica que una sociedad que se dice gobernada por instituciones, donde supuestamente se preservan los derechos fundamentales, ignora y solapa un sistema similar al extremismo islámico talibán.

Cuando el Estado se ve rebasado como viene sucediendo, alza la voz del orden y acusa incumplimiento a las normas de convivencia. ¿Pero cuánto tiempo el gobierno necesitó para reconocer el problema y actuar? Hasta que la misma sociedad levantó la voz de las armas ante el hartazgo del acoso. 

Y al intervenir se vuelve a enredar en su misma retórica institucional como lo declarado por Alfredo Castillo, Comisionado Federal de Seguridad y Desarrollo para Michoacán, que dice que para no cometer errores en el futuro en los procesos judiciales y no dejar libres a los criminales, hay que crear expedientes con elementos sólidos de pruebas acusatorias. Ya empezamos mal con las soluciones burocráticas. Los criminales confesos ya se inculparon ellos mismos a través de los medios ¿¡qué más pruebas quiere!?

Se expone una sociedad que se quedó en el tiempo, en una inquisición barbárica moderna, que a falta de resultados positivos y confiables, manipula la justificación de la inoperancia, para ocultar la carencia de sus propios valores, ausencia de autoridad ante el exceso de corrupción. ¿Idiosincrasia nacional o regional?

Pero no todo está perdido, estamos conquistando el mundo civilizado de la ficción en Hollywood, con el cineasta Alfonso Cuarón, con su película Gravedad con lo que ya “caminamos” por el espacio sin poner los pies en la tierra. Muy diferente en “michoacanistán” donde no se puede ni caminar por la acera ¡Ay Güey!

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