Al Partido Acción Nacional, una vez derrotado en la contienda por la Presidencia de la República en 2012, le ocurrió lo que al PRI en el año 2000: una crisis interna en la que afloraron, con toda crudeza, ambiciones personales y de esos grupos de cuya existencia hubo negativas recurrentes mientras la campaña presidencial de Francisco Labastida Ochoa zozobraba en una mar de triunfalismo carente de asideros.
Hubo necesidad de que el PRI hilara una segunda derrota, desastrosa, con Roberto Madrazo Pintado como candidato, para que las tribus priistas entendieran que el imperativo era, sin demagogias, la unidad y la disciplina, dejar de andar en la descalificación recurrente y el uso del fuego amigo, si el objetivo era recuperar la Presidencia de la República.
Por supuesto, esta es una verdad elemental, no requirente de análisis profundos. Porque fue una realidad absoluta esa división que imperó en los altos niveles del gobierno federal, cuando Ernesto Zedillo decidió operar a contracorriente del interés partidista del Revolucionario Institucional por mantener el máximo cargo de elección popular del país.
Un día se sabrá de qué tamaño fueron los acuerdos de Zedillo, que Vicente Fox desconocía con aquellos grupos interesados en darle una probada a lo que pomposamente se llamó transición y que terminó por ser un chasco de experimento, porque el PAN aún no estaba listo para asumir el poder.
Similar condición ocurre con la izquierda representada especialmente en el Partido de la Revolución Democrática que anda aterrado por la pérdida de membrecía frente al Morena de Andrés Manuel López Obrador.
Y mire usted si no es cierto, porque mientras Jesús Zambrano, dirigente nacional del PRD, rechaza recurrentemente que vaya a haber importantes desprendimientos de militantes cuando le otorguen el registro a Morena, el secretario de Alianzas y Relaciones Políticas Nacionales del PRD, Armando Contreras Luna, exigió la dirigencia de Morena --¿a Martí Batres?—“frenar el proceso que sigue para constituirse como partido político, pues con ello sólo le hace el juego a la derecha y abona a la fragmentación de la izquierda electoral.
“Hacemos ese llamado a que se reflexione y se esté a la altura de las necesidades políticas del país y no se fomente la fragmentación de la izquierda”.
En realidad, la polarización en la izquierda, con el Movimiento Ciudadano, el PRD, el PT y ahora el Movimiento de Regeneración Nacional, es un obstáculo supremo para que ésta pueda aspirar a ganar la elección presidencial de 2018. Salvo que ocurra un milagro.
En similar escenario se ha montado el PAN. Las discrepancias, rupturas y descalificaciones que van más allá de lo grave entre maderistas y calderonistas, se alza en el obstáculo, que por lo menos no en el mediano plazo, será superado para que puedan pensar en volver a Los Pinos.
Pero, en este tránsito hacia 2018 hay carreras que se cimientan lenta pero seguramente, como ocurre con la del aún presidente de la mesa directiva de la Cámara de Diputados, Ricardo Anaya Cortés, quien la semana entrante, honrando un pacto de caballeros, más que político, entregará los bártulos a su compañero de bancada, José González Morfín, un destacado calderonista que, pese a esa filiación de grupo, ha dado muestras de experiencia, seriedad y honestidad política.
Indudablemente González Morfín no comulga con aquel dicho de Vicente Fox en materia de abandono de las ideologías dizque porque no sirven.
Como sea, el acuerdo de que la Presidencia del segundo año de la LXII Legislatura de la Cámara de Diputados, se dividiera entre Anaya Cortés y González Morfín se cumplirá en tiempo y forma, despojado de pertenencias de grupo. Cada quien a lo suyo. Esa es una lección de civilidad política.
Lo interesante del caso, es lo que viene y cómo viene. Anaya será secretario general del CEN del PAN, al lado de Gustavo Enrique Madero. De ahí a la candidatura al gobierno de Querétaro sólo hay un formulismo. ¿Será el próximo gobernador de aquella entidad el joven Ricardo Anaya? Es posible, muy posible.
¿Y qué pasará con González Morfín? El año próximo también hay elección de gobernador en Michoacán. Y el amigo de Felipe Calderón es michoacano, con la salvedad de que en contraste con el ex Presidente, está curado de protagonismo. Esos, son pactos, no rollos. Conste.
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