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jueves, 3 de abril de 2014

MIRADA INTERIOR HELENA PAZ GARRO: HIJA DE LA OLA Y EL ÁRBOL Por: Isaías Alanís

Y mientras se multiplican los homenajes a Octavio Paz en todo México, más que sobre la importancia, profundidad y realizar una reflexión sobre su obra, todo el “numerote” es producto del marketing para el gobierno actual y de lucimiento para el presidente que ha leído un solo libro en su vida. En ese escenario en donde el autor de “Noche en Claro”, “Libertad bajo palabra”,  “Nocturno de San Ildefonso”, “Piedra de Sol”, “Vuelta” y “el Cántaro roto”, (cuya historia de cómo lo escribió Paz me la contó Deba Garro, tía de Helena Paz Garro también como nació  “mi vida con la ola” y la respuesta de Helena Garro; “Andarse por las ramas”, porque Octavio siempre andaba por las ramas); exactamente a un día de los cien años del nacimiento del poeta de Mixcoac, de la literatura universal y premio Nobel mexicano, eje de la polémica y el debate literario y político; falleció su hija única la mañana del domingo 30 de marzo, Helena Paz Garro; (1939-2014). “Los restos de la escritora fueron velados en una de las capillas de la funeraria Gayosso, sin la presencia de escritores nacionales o extranjeros, ni de ninguna autoridad cultural del municipio, del estado o federal. Sólo estuvieron unos diez familiares de la familia de su madre…”. (La Jornada/31/marzo/14).  ¿A qué se debe la ausencia del estado mexicano volcado en Paz y negado a Helena?
Es porque en ese contexto nada halagüeño para los morelenses, la hija de Paz falleció a un día de la marcha contra la violencia imparable en la Cuernavaca desgobernada por Graco Ramírez,  llevada a cabo por multitud de organizaciones el 1 de abril pasado, en donde demandaron un cese a la violencia y pidieron la renuncia del gobernador del  estado, asunto que no tiene tintes partidistas como lo hacen ver los aduladores del tabasqueño, o la estrategia pinolera que busca a toda costa promocionar la imagen, no de un presidente en guerra (Calderón), sino de un mandatario que va a las entidades más violentas a poner la calma y a llevar a la policía federal y a comisionados con los que se rompe el pacto federal. O porque andaban tan preocupados, que se les olvidó porque el estado de Morelos se les desmorona y donde los índices de violencia son escandalosos, como lo demuestran encuestas y protestas de empresarios, de médicos que denuncian el secuestro de 44 doctores y el asesinato de dos galenos. Y en medio de la crispación y sicosis ciudadana por el asesinato de cajeras en pleno día, de asaltos y secuestros, de violaciones y feminicidios, en fin, en un estado irritado y erosionado por la delincuencia organizada.
Me extraña de Cristina Faesler, Secretaría de Cultura de Morelos, una mujer que goza de mis estimas, no acudir a dar el pésame a la familia materna de la Chata Paz, los Hermanos Guerrero Garro; Francisco, Ángel, Flora, Devaki, Pablo,; con excepción de Antonia que vive en New York, extraordinaria pintora, Jesús, que radica en Suiza, pintor, escultor y un hombre que sabe-hacer-todo; a hijos, maridos y esposas; todos artistas, hombres y mujeres de buena fe y ligados al quehacer ecológico, periodístico, cultural y de la enseñanza del español en Morelos desde hace décadas. ¿Cuál fue la razón?
Helena Paz Garro, no sólo fue la hija de dos brasas, que mantuvieron encendido el fogón de la literatura mexicana, fue una mujer comprometida con la palabra, que creció en medio de constantes viajes, colegios, lenguas y paisajes, la Chata Paz, se adentró en la narrativa y la poesía y publicó, prologado por el filósofo alemán Ernst Jünger; La rueda de la fortuna (FCE), 70 poemas escritos de 1954 a 1962 en Paris, Nueva York, España y la Ciudad de México. También sus Memorias (Océano, 2003) y Criaturas de la noche y Onyx.
En la “Rueda de la fortuna”, como su vida que cambió de fortuna y de fortines,  vemos a una Helena Paz, casi hada-niña, hada-mujer pegada a los caminos del porvenir de su madre que multiplica los caminos a ninguna lugar desde el mismo lugar y que se ha convertido, a pesar de las chispas, en un sol domesticado, errante como los planetas y el flujo de la vida. Y frente al embate de los elementos,  en la terrestralidad del mundo, donde los perros y mendigos corren a celebrar el festín del silencio y la soledad, Helena Paz descubre con singular capacidad metafísica que después de todo, sólo en medio de la soledad más deslumbrante quedan “las cuerdas infinitas de la música”. En el poema a la madre  se percibe a una mujer que golpea con una mano de agua una roca de basalto con el intento de romperla sin encontrarse ni encontrarla:
Sus cabellos chispean,
sol domesticado en una casa.
Sol vagabundo.
Errante de cuarto en cuarto.
Entibia nuestras almas.
Su casa abierta a todos los vientos,
ráfagas de lluvia perfuman,
trombas de nieve hielan.
En la mesa, el caldero sin fondo,
festín de los mendigos y los perros
Sus pasos largos.
prolongan las cuerdas infinitas
de la música.

En una entrevista concedida a la revista “Proceso”,  Helena cita al filósofo alemán  Ernst Jünger que le escribió el prólogo a su libro: “En este siglo en que vivimos y que se acerca ya a sus postrimerías el poeta vive, como profetizó Hölderlin en tiempos de indigencia. Por ello las poesías son un regalo de particular valor. La mañana en que en la carta de un amigo hay un poema que serena mi ánimo es una buena mañana Y eso es lo que me sucede desde hace muchos años con las suyas, querida Helena…” (Proceso/15/octubre/2007)
En ese mismo libro, uno de los pocos que publicó en vida, se encuentra un poema escrito en Londres y dedicado a Octavio Paz, su padre, donde la polaridad de la separación llena los campos semánticos del verso:
Las flores de té flotan en nuestras tazas
Tus ojos de lapislázuli
me miran.
En los panes dorados
se funde la mantequilla.

El timbre de Harrolds
llama
para separarnos.

Disueltos
en una repentina bruma helada
de lágrimas
que surge bruscamente de todos los rincones…

Helena Paz fue sepultada en la misma cripta donde está su madre, Helena Garro en el panteón, de la Paz al sur de la ciudad de las eternas balaceras.

Descanse en paz.

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