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miércoles, 14 de mayo de 2014

RECORDANDO MÁS Y MÁS (Anecdotario) In memoriam Angelina Díaz Pamplona Vda. De Valverde. Por Karmelynda Valverde

KARMELYNDA VALVERDE

En lo que respecta a su imagen, en ese tiempo el Bello Nido era una población pintoresca y acogedora; ¡siempre hermosa!...el viejo zócalo emanando romanticismo, tal vez porque era pequeño, rústico : Piso de ladrillos y bancas de madera. Un alambrado sencillo protegiendo el jardín que siempre se hallaba lleno de flores: rosas cantones, plúmbagos, bertas, de las que se encargaba ‘’Tito jardinero’’, hombre que por muchos años cuidó ese jardín.
El pequeño kiosco, siempre estaba límpio y a la expectativa de la visita de algún mandatario de importancia, o para las celebraciones de las fiestas patrias, cuando el viejo palacio municipal estaba deteriorado. Las tres palmeras sembradas en una de las esquinas del viejo zócalo, crecieron como tres hermanas y eran el orgullo de los ometepequenses en aquel entonces, pues estas eran visibles desde donde comenzaba la calle derecha, allá por el tancón, y mucho tiempo fueron el símbolo de nuestro bello nido, al igual que lo fue el reloj del palacio municipal, el cual podía ser oído en cualquier barrio y a cualquier hora del día y de la noche, marcando con sus sonoras campanadas el tranquilo transcurrir de la vida de los ometepequenses de los años veinte.
Sí, la vida era muy tranquila en Ometepec y a excepción de los días festivos, esta generalmente consistía en esperar que dieran las ocho de la mañana que sirvieran el almuerzo, porque el desyuna ya había sido servido al salir el sol (café eldulzado con panela, acompañado por tamales chocos o atole blanco con granillo, servido en jicarita y acompañado de un pedazo de panela para morder).
La comida era  a las 12 en punto del medio día y la cena a las 7 u ocho de la noche a más tardar; y aunque pareciera que esta tranquilidad propiciaba la monotonía, la rutina se rompía a cada instante con la chispa propia del alma costeña.
Otra costumbre era salir a sentarse a tomar el fresco al corredor externo de las casas del centro: y esto resultaba divertido pues nos entreteníamos observando el ir y venir de la gente que pasaba presurosa caminando y atravesaba el zócalo rumbo al mercado en busca de tasajo (cecina) recién cortado, ubre, o tripa seca y bofe, que bien fritos resultan un deleite para el paladar. Esto lo acostumbrábamos servir con queso fresco y tortillas recién salidas del comal.
Las familias que tenían encierros de ‘’pará’’, esa pastura que se siembre para alimento del ganado, aprovechaban para sacar los tercios de zacate a sus corredores y las amas de casa los vendían al menudeo, en manojos hasta de 10 centavos.

(Continuará).

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