… Aunque fue breve la estancia de doña Mariana en la casa de
Virgilio Apreza Espíritu, ésta dejó resquicios de alborotos entrampados,
propiciando que la señora Pretronila Tlatempa Basilio, su vecina, intrigada por
lo que oía y las más de las veces no entendía, preguntara: “vecinito, qué pues tanto
hablan y hacen que parece avispero tu
casa”; a lo que Virgilio, poseído de pasmosa calma, contestó al tiempo
que dirigía sus pasos al interior de su covacha: “no está usted para saberlo ni yo
para contarlo, vecinita Petros, pero debe saber que hablamos de todo y nada
hasta arreglar las cosas”. La respuesta sucinta del Enchilado produjo
más confusión en quien por naturaleza era de poco entender pero de pico ligero,
sácalepunta,
chismosa y mitotera a más no poder. Y ésta, a manera de desquite por la
respuesta que la había dejado más atolondrada de lo que era, se echó a cuestas
la tarea de decir a medio mundo que allí, en el interior del refugio de El Escuadrón de la Muerte, la gente
invocaba a no sé quién y bebía mezcal hasta hartarse.
No causó sorpresa entre el vecindario el parloteo mal intencionado
de doña Petronila, pero sí despertó curiosidades. Originando que, animado por
jefes o jefas de otras cofradías y patriarcas de encumbradas familias
dominantes en el entorno social, haya aparecido en la escena del hacer bohemio
del Escuadrón un enviado, un “colado” que, supo cómo entró pero hasta la fecha
desconoce en qué circunstancias abandonó la convivencia a consecuencia de
ponerse al tú por tú con quien fue comisionado para darle la bienvenida, y de
refilón saber si daba la medida… Según afirmaciones de Francisco Santos
Corrales, sólo recuerda que amaneció despernancado y orinado en la esquina
cercana a la Calle de la Igualdad que conduce al Camposanto; y que, ante tal
hecho que le produjo una cruda moral, hubiese querido refundirse entre los
trebejos de su casa para ocultar su vergüenza, mas como casi de inmediato fue
requerido por aquéllos que lo indujeron y le habían pagado para que fuera de
metiche, dio la cara, apareció ante sus contratantes, y desembuchó lo que
escasamente recordaba.
Ahora el vulgo, amén de festejar la excepcional borrachera
que pescó Pancho el entrometido de quien se dice que por su inconsciencia le
queda eso de “cuerpo dormido, fundillo perdido”, lleva y trae el supuesto comportamiento de
los integrantes del citado Escuadrón; afirma
que no obstante su adicción al vino y la parranda, quienes integraron El
Escuadrón de la Muerte en Tixtla de Guerrero, fueron hombres del buen decir y
beber, porque, además de ingerir bebidas embriagantes a lo bestia sin llegar a
la inconsciente, amparados de la mucha o poca sabiduría que les había proporcionado la vida o el conocimiento
adquirido en las aulas destinadas a la educación superior, discernían sobre
diversos temas: hablaban de la pobreza extrema de la gente asentada en los
pueblos abandonados por el gobierno a la voluntad de dios; lanzaban maldiciones
a los politiqueros que se enriquecían de
la noche a la mañana robando dineros del pueblo ; decían de ellos que, cada vez
que había elecciones para ocupar puestos
gubernamentales, convencían a la peonada con promesas, y que cuando habían
logrado su propósito, apenas si se habían encumbrado en su “puesto”, se
desentendían de lo dicho, sufrían de amnesia, se les olvidaba todo lo dicho a
sus electores, y con desfachatez “salían con su domingo siete”
diciendo para sus adentros: “El prometer no empobrece, el dar, aniquila”…
“O´
verán si les cumplo”… “Con fe que tengan, dios los socorrerá,…”; expresa la paisanada, a manera de desahogo,
que, ungidos de poder y prebendas gubernamentales, los “electos” alzan los
brazos para anunciar su credo: “Dios, no me des, sólo ponme en donde hay…
que de los demás yo me encargo”. Se escucha, en el decir de hombres y
mujeres, que no dejaban títere con cabeza en sus discusiones, que ponían en el
tapiz de la discusión las peculiaridades de ciertos personajes malosos
enquistados en el entorno social, político y económico del suelo mexicano; y
que, cuando el hartazgo se apoderaba de ellos, retomaba su actitud de bohemios
delirante, como antaño lo hacían:
Cirenio González Morales(+), Lorenzo Astudillo Alcaraz (+), Esteban García
Cervantes (+), Vicente GonzálezAlejandro, Jesús Ojeda (+), Rodolfo Vélez García
(+), Leobardo Ángeles Aparicio (+), entre otros; testifican y dicen que
Virgilio Apreza Espíritu, El Enchilado
y compañía renovada concluían sus alegatos: entonando canciones, declamando
poemas y trovando versos bajo los arpegios de guitarras o arpa parranderas, a
la par que levantaban sus copas rebosantes de néctar extraído del maguey, y
repetían viejos y elocuentes decires mundanos: “Agua de la verdes matas tú me
tumbas y me matas, y me haces andar en cuatro patas”,… “dulce vino, divino
tormento, ¿qué haces afuera? ¡Vamos pa´dentro!”
Impera la luminosidad de un atardecer primaveral, y, en
tanto que en el interior de la morada de El Enchilado imperan bullicios, y afuera
de ésta doña Petronila y Pancho Santos cuchichean discerniendo no sé qué, el
Canelo aparece por el rumbo del arroyo de Jaltipan, cabalga vigoroso a
lo largo de la Calle de los Huajes, avanza emitiendo sonidos provenientes de su
acostumbrado trotar y alocado rebuznar de burro manadero, viene seguido de su
ama, la señora Mariana Tizapa Chomolco quien con andar zarandeque intenta
guardar compostura de mujer modosita… y de buen ver.
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