En los tiempos legislativos de los grandes
dinosaurios, la negociación del gasto público era peccata minuta. Los acuerdos
a extramuros de la Cámara de Diputados concluían en un “planchado” profesional
que no acusaba arruga alguna y todo el mundo quedaba satisfecho con la porción
del pastel presupuestal que le tocaba.
En privado y eventualmente en público, los
afectados en la repartición se quejaban, protestaban pero al final arriaban
beligerancias y aceptaban añadidos y aportaciones extras o reasignaciones para
determinados programas. Y todo en paz.
Elemental. La negociación del presupuesto
requería de los amarres necesarios, las relaciones, los acuerdos de
conveniencia, el tanto por tanto y los favores políticos. En esto de cabildear
los dineros nada es gratis y nada cuesta; tal vez la aportación de dineros que
no mellan las finanzas y, en cambio, ayudan al socio político del momento que
mañana pagará el favor.
Hasta recientes legislaturas, los
presidentes de las comisiones de Presupuesto y Cuenta Pública y la de Hacienda,
eran personajes experimentados del PRI, luego se sumaron los del PAN, cuando en
1997 Arturo Núñez Jiménez sufrió un golpe de estado técnico y fue defenestrado
de la presidencia de la entonces Gran Comisión de la Cámara de Diputados.
Núñez era priista y se le fue de las manos
el control del máximo órgano de dirección de la Cámara baja y del Congreso de
la Unión en sí, porque el Senado de la República siguió el mismo rumbo.
La Gran Comisión en ambas cámaras pasó a
mejor vida y, merced a una reforma a la Ley Orgánica del Congreso de la Unión se
creó la Junta de Coordinación Política cuya presidencia es rotativa, por un
año, entre los partidos de mayor representación legislativa; lo mismo ocurre
con la Presidencia de la Mesa Directiva.
Pero esa pluralidad lejos de abonar a una
repartición equitativa del gasto público, como debe preciarse de una democracia
legislativa, abonó en terrenos del libre albedrío entre los partidos que
ocupaban el turno en las presidencias de la mesa directiva y de la Junta de
Coordinación Política.
En consecuencia, se dio paso a
negociaciones en las que la moneda de cambio suele ser el de espacios
políticos, alianzas y acuerdos de largo alcance que suelen incumplirse o, en
todo caso, utilizarse como moneda de cambio en terrenos de control político que
trasciende a los espacios del Palacio Legislativo o del Senado.
Un ejemplo elemental es el Pacto por
México, concretado en los dos primeros años de la administración de Enrique
Peña Nieto, hoy descalificado por quienes de los acuerdos de Chapultepec han
hecho desmemoria. Gustavo Enrique Madero sufre amnesia en torno de lo que ahí
apostó y no se le cumplió.
Jesús Zambrano y Silvano Aureoles Conejo,
ungido gobernador éste de Michoacán y el primero presidente de la Cámara de
Diputados, cargo que también ocupó el michoacano en el primer tranco de la LXII
Legislatura, son beneficiarios de dicho Pacto y evitan descalificarlo.
El caso es que, hoy en la negociación del
gasto público para 2017, no hay moneda de cambio porque ya la usó el perredismo
que está, por tanto, obligado a encontrar los espacios de negociación de los
dineros que necesita su principal carta en la carrera presidencial; y todo
indica que es la única con solvencia moral y basamento para lanzarse en pos de
la Presidencia de la República.
Cómo apoyar los proyectos y programas de
la Ciudad de México, si el recorte al gobierno capitalino los impacta en
batería y desincentiva generación de empleos y áreas sensibles al ciudadano
como el transporte y la seguridad pública.
El enojo que pasó al distanciamiento del
jefe de Gobierno, Miguel Ángel Mancera, con integrantes del gabinete de Enrique
Peña Nieto e incluso con él, a partir del anuncio del recorte, encontró una
solución a extramuros del Palacio Legislativo de San Lázaro, vísperas de
aprobar el esquema final del Presupuesto de Egresos de la Federación de 2017,
el jueves de esta semana, cinco días antes de la fecha fatal.
Y ésta se observó este martes cuando,
finalmente, se celebró este acto en el que el presidente Peña Nieto contó con
la presencia de Mancera en la inauguración del segundo piso de interconexión
entre el Periférico y la autopista México-Cuernavaca, una obra monumental y
emblemática para el desahogo del tránsito vehicular en el sur de la capital del
país.
Y también este fue el pretexto para que
Peña Nieto anunciara que en lo que resta de su administración, que es el mismo
tiempo de dos años que quedan a la gestión de Mancera, se erogará el gasto
millonario suficiente para hacer obra en todos los accesos carreteros a la
Ciudad de México.
Esas obras, sin duda alguna, formarán
parte del apoyo financiero del gobierno de Peña Nieto a la administración de
Mancera. Y asunto arreglado. Porque al final será el jefe de Gobierno quien las
lucirá y asumirá como parte de sus logros.
De ahí que, lo declarado por el
coordinador de la diputación federal perredista, Francisco Martínez Neri, por
cuanto a que el tema de los recursos destinados a la Ciudad de México es uno de
los que está frenando la discusión del Presupuesto de Egresos de la Federación
2017, sea blofeo.
Dice
el oaxaqueño que “hay temas torales, los temas de la educación, del campo, de
los que hemos venido hablando y, desde luego, el tema de la ciudad, para el PRD
resulta de capital importancia”.
Dice que el presupuesto está muy está acotado,
pero de lo que se trata es de no afectar a los sectores prioritarios y advirtió
que no admitirán que se dañe al sector indígena, al campo, a la educación, a la
salud y al agua. Lo dicho, esto del gasto público está lleno de buenos deseos y
mejores desencuentros, para qué tanto brinco. La sonrisa de Mancera, ayer en el
acto vial con Peña Nieto, lo dice todo. O sea. Digo.
@msanchezlimon
@Entresemanamx
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