Quizá usted lo conoció. Déjeme le platico.
Se fue poco a poco, como una
gota que se convierte en río infinito y deja huella a su paso, libre, fresca,
dulce, que sacia sed sin distingos.
Y luego, convertido en
cascada que se despeña con todo el vigor contenido y las pautas de la
anunciación de la despedida varias veces pospuesta porque así lo quiso el dador
de vida, fue un relámpago que golpeó en el pecho, justo en el corazón que aulló
el dolor de la rabia de saberlo perdido.
¿Por qué?, te pregunto.
¡Ay, hijo! Justo cuando
emprendías nuevo camino, la ruta del cambio en ese sendero que tu vida de
cristalino cauce abría, decidiste convertirte en el caudaloso río que te
arrancó de nuestro espacio y nuestros sueños y nos dejaste con la sonrisa, tu
sonrisa como ejemplo de superar males.
¿Te acuerdas cuando niño
viajabas conmigo? Intrépido, inteligente sin temor a nada porque a nada debías
temer si la seguridad en ti era sello personal.
¿Recuerdas cuando vestido de
vaquero participabas en esos festivales en la escuela? Sí, el baile era lo
tuyo, y el hacer el bien aunque de pronto dudabas y caías en la cuenta de los
falsos redentores. Pero, qué te digo, hijo, tu buena fe en el prójimo te llevó
a ser sorprendido por la perversa simulación a la que, finalmente muy tú,
perdonaste.
Te amé siempre y seguí el
ejemplo de ese amor que tu hermana Yaz te declaró desde tu nacimiento, cuando
inquieta preguntaba a qué hora vería a su hermanito, a ti, a ti que esa mañana
del 23 de septiembre viajarías, sin llanto de recién nacido, en el automóvil
rumbo a tu cuna, en la casa.
Hoy, hijo, pretendí hilar
nombres e identidades de quienes acudieron a despedirse de ti, de quienes han
enviado mensajes y recordatorios como tus amigas, como la gran Karina, la
valiente Karina que, la comprendo y abrazo, se derrumbó en el momento que supo
de tu decisión, muy tuya, de apagar tu corazón que tantas alegrías nos
compartió.
¿Recuerdas cuando me dijiste
que querías estudiar la prepa en el mismo CCH en el que estudié? Cuidado, hijo,
cuidado te dije, esa escuela es rompe y rasga. Y luego confesarías que fue la
mejor etapa de tu vida.
Y eras esa gota de agua que
da vida de poquito en poquito, porque así se otorga la felicidad para no
engolosinar. Y así, como esa gota de agua, decía, te fuiste en el infinito río
que puede ser caudaloso cuanto inofensivo cauce en el que abrevé de tu
experiencia, porque los padres aprendemos de los hijos. Y me enseñaste a
perdonar y a no abrigar rencores porque, aludíamos al dicho de Yaz: la venganza
nunca es buena, quema el alma y la envenena.
¿Te acuerdas de ese tu
primer día rumbo a la secundaria? No te peiné con limón como mi madre lo hacía
conmigo para aplacar a mi pelo valiente, ése que nunca se echaba para atrás,
pero sí te peine y arreglé el uniforme de suéter verde y camisa blanca y pantalón
corte Príncipe de Gales. Sonreíste a la cámara y urgiste: ¡Ya papá! Se nos hace
tarde.
He presumido con mis amigas
y amigos, los colegas y las colegas de tu compañía en los años de adulto. Y es
que disfruté tanto de tu presencia en los tiempos que viviste, convaleciente y
no, conmigo que de pronto olvidaba que debí asumir el papel de mapá desde tus
diez años, cuando tus hermanas te hacían arrumacos porque eras el pequeño de la
casa y te cumplían tus deseos, tus antojos de niño.
¿Te acuerdas cuando Yaz
madreó a un adolescente que se atrevió a golpearte? Con ese lenguaje florido,
de francés barroco, Yaz advirtió al mozalbete: “¡Y no te vuelvas a meter con mi
hermano, cabrón, porque te rompo la madre!”
¡Ah!, cómo festejamos esa
actitud de tu hermana. ¿Recuerdas cuando tu hermana Brenda te llevó en el
automóvil y fuiste su cómplice de ella adolescente que quiso demostrarte que
sabía manejar?
Reías cómplice pero te
sabías protegido por tus hermanas y
lloraste como yo cuando Yaz decidió que era momento de partir.
¿Por qué? Sí, sí, ya sé,
habías previsto tu partida desde cuando el primer aviso de tu frágil salud.
Pero recuerda que pronto superamos esa etapa y hasta te fuiste a trabajar a
Guadalajara y añorabas los tiempos de éxito en Ecuador porque --permítame usted
presumir a mi hijo—eras un triunfador y ganaste el concurso internacional que
te llevó a la gerencia de diseño de aquella empresa española radicada en
Guayaquil. Y a viajar por todo el mundo. ¡Artista!
Y qué decir de tu sonrisa y
el buen sentido del humor con el que contagiabas a ellas y ellos, las niñas que
me mandan mensajes y lloran conmigo esa decisión de irte en pos de cumplir con
eso que llaman destino.
Las niñas de tu oficina, las
que te festejaban la idea de hacer fiesta frente a la adversidad, que se
preocuparon cuando notaron que tu salud menguaba. No, no quiero abordar ese
momento, esas horas en las que anunciabas que tu corazón trepidaba porque un
mal hacía de las suyas.
¿Recuerdas, Moy, cuando
fuimos a Oaxaca y nos divertimos en la Guelaguetza y después en la playa, en
Huatulco, y disfrutabas de tu hermana Astrid Daniela, la pequeña? Y el año
nuevo en Acapulco.
¿Recuerdas, Moy, a Daniel y
Carlitos y Daniela en las fiestas familiares? ¡Ah!, cómo nos divertimos en la
fiesta de graduación del médico Daniel vestidos de pingüino. ¡Caray!, Carlitos
esperaba lo acompañaras en su graduación como ingeniero, en diciembre próximo;
pero sin duda ahí estarás y tus hermanos que te aman lo saben.
Disculpe usted que abuse de
mi espacio que le comparto entresemana. Disculpe, pero hoy rindo homenaje a mi
hijo amado, a Moy que la tarde del jueves 13 de mayo me dejó en esa especial
orfandad en la que nos deja un hijo cuando decide partir.
¿Qué opinas, Moy? Desde la
tarde-noche del jueves pasado transitan en mi memoria las imágenes de tu
alegría, de tu sonrisa y tus dichos y recreo esas veladas, tú y yo en mi
departamento, en las que compartíamos secretos y nos convertíamos en cómplices
de travesuras y, sin decirlo, jurábamos guardar silencio de lo que nos
confesábamos.
Ahí están tus libros, ahí
tus dibujos y diseños, ahí tu presencia en la recámara que te extrañará en las
madrugadas preparándote para irte a trabajar o recibirte después de la fiesta
de fin de semana. Ahí los mensajes de nostalgia y dolor de tu hermana Daniela.
¿Qué diré a tus amigas?
¿Cómo explicar que te has ido? Dura tarea me dejaste, difícil ésta la de vivir
sin tus llamadas y mensajitos y la petición de cubrir tus antojos. “No seas
malo, papá, tráeme unos taquitos”, me dijiste apenas unos días antes de dejarme
en esta orfandad que duele en el pecho y urge al desahogo.
¿Te convocó Yaz? Sin duda,
sin duda, hijo. Gemelos astrales finalmente, mi amada Yaz decidió venir por ti,
amado Moy, para cumplir esa ruta del río sin fin que es el destino.
Por eso no reclamo, por eso,
confieso haberme prometido llevarlos en el alma. Niño travieso protegido por la
niña traviesa que, en ese ánimo, te llamó a estar juntos.
Quizá usted lo conoció.
Se llama Moy, siempre será
Moisés, Moy, mi tocayo, hijo y hermano, amigo y cómplice, mi amado hijo que el
jueves último ordenó a su corazón dejar el terrenal tiempo para ir de la mano
con su hermana, a ese espacio del que todos sabemos pero igual desconocemos.
¡Caray!, Moy, luego
platicaré más de ti, más de esos momentos en los que llegamos a conocernos
tanto que consideraste sabía el momento de tu despedida. Fue como un relámpago
la anunciación de tu partida, Moy. Me dolió y te extraño. Conste.
sanchezlimon@gmail.com
www.entresemana.mx
@msanchezlimon
@msanchezlimon1
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.