KARMELYNDA VALVERDE |
El primer recuerdo que mi mente registra de mis
primeros viajes infantiles a Acapulco, es el de las 12 horas que duraba el
traqueteado viaje en una brecha, a bordo de aquellos camiones guajoloteros de
la Flecha Roja, por ahí de principios de la década de los 60’s. Entonces mamá
Ticha, mi abuela paterna, tenía una tienda de abarrotes en la Colonia Progreso.
Y esto era caminar de la Progreso a la calle de Monte Blanco, en el
Fraccionamiento Hornos Insurgentes, para visitar a mis primos Díaz Reyna y
empezar el chincuale acapulqueño. Recorrer Playa Hornos, comer taquitos dorados
de aire con salsa búfalo, tomar Yoli helada cuando en el Bello Nido apenas si
conocíamos las famosas ‘’limonadas’’ que
casualmente se llamaban así pero que no
solamente eran de limón sino de todos los sabores, que fabricaba mamá Laura, en
botellas de vidrio con canica.
Debo decir que Acapulco me
sedujo desde la primera vez que lo visité, haciéndolo mi lugar favorito para
las vacaciones veraniegas. En el 66 me fui a estudiar al Colegio América, y
llegué a vivir con mis tíos y primos Aguirre Díaz en la Calle Niños Héroes, ahí
también en la Colonia Progreso. Acapulco vivía su época de esplendor. Era uno
de los destinos turísticos de visita obligada para las estrellas del espectáculo
nacional e internacional así como para miembros del Jet Set mundial.
El Aca-Tiki estaba de
moda, pero el boom le pertenecía al Tequila a Go-Go de Teddy Stauffer, aunque
también hacían aire discoteques como Tiberio’s y Le Dome. Pero todo era taaan tranquilo, que solamente
un caso como el de la muerte del Conde D’aquarone, supuestamente a manos de su
suegra, llegó a romper esa tan acostumbrada tranquilidad acapulqueña. Ni
siquiera había índice relevante de robos. Podíamos caminar por la Costera
después de ir a bailar, e incluso por la playa sin que nadie nos molestara.
Eran los tiempos de las
Reseñas Mundiales de Cine, que se llevaban a cabo en el Fuerte de San Diego y podíamos toparnos con
algunas de las estrellas de moda tanto en la playa del Hotel El Presidente, como
en Samborn’s del Centro, como Silvia Pinal, Pilar Pellicer, el Indio Fernández,
Alejandro Jodorowsky…incluso recuerdo
muy en especial las dos últimas reseñas en las que varias jovencitas del
Colegio América fuimos contratadas para ser edecanes bilingües, en las que
pudimos checar de cerca los rostros, el
outtif, las joyas, y hasta el perfume que usaban actrices y demás estrellas del
espectáculo internacional, de la talla de Virna Lisi, Brigitte Bardott, Roman
Polanski y Sharon Tate, Elizabeth Taylor y Richard Burton, Alain Delon, Jean Paul Belmondo, Gina Lollobrogida, James
Mason, Jeanne Moreau ¡uf!
¡Oh! los recuerdos de
aquellas temporadas acapulqueñas, cuando nos conocíamos casi todos los chavos
fuéramos o no, nacidos ahí. El chacoteo amistoso con las gemelas Walton Aburto,
con los Hughes que estudiaban en La Salle al igual que mi primo Japo Aguirre
Díaz, con los Lomelí, con los Pinillos, con Los del Villar, con las gemelas
Acosta, con los Athié….cuando Acapulco no solamente era esplendoroso sino
romántico. Cuando nadie hubiera imaginado que el lunamielero Acapulquito
llegaría a perder la inocencia.
Acapulco no solamente
perdió la inocencia, sino que se ha bañado en sangre. Y el baño de sangre no
cesa, por el contario aumenta día a día. Psicosis, pánico, gritos, lágrimas,
muchas lágrimas por Acapulco. Nos duele
Acapulco, nos duele como si fuera de nuestra propiedad, que sí lo es, porque no
ahora no solamente es de los acapulqueños, Acapulco nos pertenece, porque todos
los guerrerenses lo hemos hecho nuestro.
Y nuestro Acapulco sufre violencia,
sufre dolor, corren los ríos de sangre y llueven lágrimas.
No son momentos de buscar
culpables, pues todos hemos contribuido a provocar la ira de Dios. Sí, la unión
hace la fuerza, pero la oración logra la misericordia del Todopoderoso y Él y
sólo Él, puede cambiar esta sangrienta realidad acapulqueña. Hay poder en el
acuerdo, así que pongámonos de acuerdo para orar y llorar por Acapulco.
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