Para Álvaro Marchante, consultor en estrategia política, de
redes sociales y en mecanismos de big data en España, México y Ecuador, la oposición tiene una ventaja estratégica
sobre los gobernantes: el uso del tiempo. Y vaya que tiene razón, ya que
los líderes de oposición tienen el tiempo suficiente para desarrollar
estrategias que les permita acercarse al ciudadano y posicionarse como los
defensores del pueblo.
Así lo hizo Andrés
Manuel López Obrador durante 30 años. Recordemos que en todo ese tiempo se
dedicó a cuestionar a los gobernantes del PRI y del PAN. No les perdonó ningún
error, por mínimo que fuera.
Y no solamente utilizó a los medios de comunicación para
decir lo que él creía que estaba mal. También encabezó manifestaciones
violentas en su natal Tabasco para exigir limpieza en las dos elecciones que
participó como candidato a gobernador (1988 y 1994).
Como dirigente nacional del PRD no perdió el tiempo en su
oficina. Se dedicó a recorrer las principales ciudades del país para
solidarizarse con las organizaciones sociales que exigían detener los actos de
represión del que eran objeto y las masacres en las comunidades indígenas.
También apoyó a algunos sindicatos que exigían mejores
condiciones laborales para sus agremiados. Y eso fue bien visto por un
importante sector de la población.
En el año 2000 fue electo jefe de Gobierno del Distrito
Federal (hoy Ciudad de México), cargo que utilizó para posicionar su imagen con
miras a la elección presidencial de 2006.
Y desde las conferencias matutinas, denominadas “mañaneras”,
emprendió una campaña de odio contra los gobiernos neoliberales, presumiendo
que “la izquierda que él representa” tenía la solución a los graves problemas
del país.
Con Vicente Fox Quesada –en ese entonces presidente de la
República– sostuvo un fuerte desencuentro, ya que el gobierno de éste promovió
un juicio de procedencia en su contra en la Cámara de Diputados por desacatar
una suspensión definitiva para frenar las obras viales en el predio conocido
como El Encino, en Santa Fe.
López Obrador optó por
lo que mejor sabe hacer: victimizarse. Y le funcionó.
Durante todo el 2004 y 2005 se dedicó a recorrer el país para
acusar al PAN de quererlo sacar de la carrera presidencial. Tal vez en eso
tenía razón, ya que era evidente que Vicente Fox promovía a Marta Sahagún –su
esposa– para que fuera candidata del blanquiazul en 2006.
Finalmente, López Obrador fue desaforado del cargo, pero no
pisó la cárcel, ya que el mismo PAN maniobró para que dos de sus militantes
pagarán la fianza correspondiente. Ya para entonces, la popularidad del
tabasqueño estaba muy arriba. Y si era aprehendido lo posicionarían aún más.
El PRD y sus aliados del PT y Convergencia presumían tener ya un
pie en Los Pinos.
Sin mayor problema AMLO se convirtió en candidato de los
partidos de izquierda. Su lema de campaña fue: “Por el bien de todos, primero
los pobres”.
Los discursos incendiarios del oriundo de Macuspana
preocuparon a los banqueros y a los empresarios, por lo que se unieron para
impedir que ganara las elecciones.
El “cállate, chachalaca” (dedicado al presidente Fox) le
restó varios puntos a AMLO. Situación que aprovecharon sus adversarios para
lanzar un spot con la leyenda: “López Obrador, es un peligro para México”.
La elección fue muy carrada, pero el PAN y su candidato Felipe Calderón Hinojosa se impusieron
finalmente.
Cada error que cometió Calderón fue cuestionado por AMLO. No
hubo día que no lo atacara en la prensa y en sus mítines. También le hizo la
vida imposible cuando el presidente acudía a eventos oficiales en San Lázaro o
en los estados donde la izquierda tenía fuerte presencia.
En 2012 volvió a
contender por la Presidencia, pero fue derrotado por Enrique Peña Nieto. La diferencia fue de 3 millones de
votos a favor del abanderado del PRI. Pero al
igual que en 1988, 1994 y 2006, López Obrador no reconoció su derrota en las
urnas y denunció que le hicieron fraude.
La bandera antifraude, contra la corrupción, los privilegios
y la mafia del poder, le funcionaron muy bien para volver a contender en 2018.
Asimismo, debe quedar claro que el mismo PRI contribuyó para
que se consolidara electoralmente, ya que sus dirigentes callaron ante los
excesos cometidos durante el gobierno de Peña Nieto. Y tampoco cuestionaron los
actos de corrupción en la que incurrieron algunos de sus gobernadores (Javier Duarte,
César Duarte y Roberto Borge, por ejemplo).
Ya para entonces, la mayoría del pueblo de México estaba
“hasta la madre” –Javier Sicilia dixit– de tanta corrupción, impunidad,
violencia, inseguridad pública y despilfarro de recursos.
AMLO y sus asesores aprovecharon
muy bien el hartazgo ciudadano. Y, a diferencia de 2006 y 2012, el dueño de Morena moderó
su discurso, tejió alianzas con empresarios y algunos miembros de la mafia del
poder, prometió una amnistía a los narcos (en Quechultenango, Guerrero) y dio
su palabra de no perseguir ni encarcelar a ningún expresidente de la República.
El 1 de julio de 2018, el eterno candidato ganó por fin la
elección presidencial. Y fue por amplio margen. Treinta millones de mexicanos
votaron a favor de su proyecto de nación y por un cambio verdadero.
Pero algo anda mal con AMLO
desde que asumió el poder. No se preparó para gobernar. Sigue comportándose
como candidato. A diario se confronta con diversos sectores sociales. Y no hay
día en que no culpe a sus predecesores de sus errores y falta de resultados
como titular del Poder Ejecutivo federal.
Lamentablemente, el que
pierde es México ante tanta ineptitud y ocurrencias del que durante varios años
buscó la Presidencia.
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efrain_flores_iglesias@hotmail.com
Twitter: @efiglesias
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