De cara al caliente proceso
electoral del 2018, el Estado Mexicano apenas ha logrado contener la sangrienta
espiral de la violencia. Los grandes conflictos que provocan mega escándalos
estallan día con día a nivel nacional e internacional.
El presidente Enrique Peña
Nieto, cuya imagen se deteriora más, hace lo que puede, en tanto el gobernador
de Guerrero, Héctor Astudillo Flores, apaga fuegos y también contiene la
escalada de violencia apegado a derecho y con limitantes en logística para la
seguridad, pero aún no ha sido rebasado por el crimen.
Cuando Peña Nieto arribó al
poder recibió un país con presencia de poderosos grupos de la delincuencia y de
poder político con crecimiento de inseguridad y violencia con saldo –hasta
ahora- de miles de muertes dolosas y desaparecidas.
Eso mismo se replicó en Guerrero:
Héctor Astudillo Flores, recibió una entidad convulsa en violencia,
inseguridad, pobreza y marginación. El gobierno estatal contiene la espiral
violenta pero no la frena definitivamente; es un fenómeno cíclico y temporal.
Astudillo, además de coadyuvar
para el combate al crimen, se enfrenta a factores negativos que ponen en riesgo
la gobernabilidad: delincuencia organizada, células y pandillas que generan
violencia que dañan a la sociedad, policías comunitarios impreparados además de
“crímenes políticos”.
Por si lo anterior no fuera
suficiente, para Guerrero se anticipa un proceso electoral, además de caliente
violento e inédito por cuanto al comportamiento de sus actores políticos y los
grandes intereses económicos que se generan cada tres o seis años.
Las pugnas entre los grupos
políticos del PRI, PRD, MC y otros suelen
dirimirse de manera violenta al rancio estilo del pistolerismo guerrerense.
Nadie lo desea, pero en
ciertas regiones de Guerrero impera la ley del “cuerno de chivo”, del R-15 y demás
armamento de alto poder. Los capos también tienen sus candidatos. Al tiempo.
A nivel nacional las
precampañas de tres precandidatos presidenciales se han desarrollado con alto
grado de guerra sucia y estiércol que involucra a todos los actores políticos
que intervienen en la batalla por Los Pinos.
Desde los “cuartos de guerra”
de los precandidatos presidenciales –Ricardo Anaya (PAN), José Antonio Meade
(PRI), Andrés Manuel López Obrador (Morena)-, los consultores políticos y
expertos en Marketing implementan estrategias para debilitar y destruir al
enemigo. Es una cruenta guerra sin cuartel.
En Guerrero la guerra
subterránea y forcejeos entre partidos
continúa; se acordó el frente PRD-PAN-MC para ir a la contienda en coalición en
60 municipios y “solos” en 16, pero falta definir al candidato por la alcaldía
de la Joya de la Corona, Acapulco. Existe riesgo que el acuerdo de unidad se
rompa y cada uno de los tres partidos salga con candidato propio.
Por su parte, el PRI se
encuentra agazapado como calculando al adversario. De hecho, el PRI ya cuenta
con ternas en cada uno de los municipios de Guerrero.
El tricolor siempre ha sido
cupular y vertical; se disciplinan ante el dedazo de sus “Tlatoanis”, tanto a
nivel nacional como estatal, de acuerdo a las candidaturas y grandes intereses
y salvaguarda de parcelas de poder.
Más claro: Meterán su
cuchara pozolera ex gobernadores, capos de la política, líderes gremiales y
caciques de viejo y nuevo cuño, para seleccionar candidaturas.
Los grandes conflictos que
se han suscitado a lo largo de dos años del sexenio del gobernador Héctor
Astudillo Flores, los ha ido sorteando con cierta dificultad pero con éxito
basado en el derecho y la ley, con justicia, pero no todos quedan conformes.
Hay quienes le apuestan al
fracaso del gobierno astudillista, como es el caso de un segmento del PRD que
encabeza la ex candidata perdedora Beatriz Mojica y sus esbirros.
Tlachinollan, CNTE-Ceteg,
Ayozinapa-Padres de los 43 más el “fuego amigo” y políticos resentidos
desearían ver fracasar al gobierno que encabeza Héctor Astudillo.
La fortaleza del gobierno de
Astudillo se la da el respaldo popular con que arribó al Poder Ejecutivo; de
otra manera no tendría éxito…Punto…
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