Cuando José López Portillo nos pidió prepararnos para administrar la riqueza, en esos tiempos del oropel priista en el poder, nadie cayó en el garlito de que, días aquellos de las vacas gordas, nos íbamos a transformar en un país del primer mundo con salarios suficientes para transitar de la miseria a la mediana y desahogada prosperidad de no preocuparnos por lo que ocurriría al día siguiente.
Sin embargo, acostumbrados a la demagogia nos solazamos con la previsión presidencial; se tomó como la línea discursiva del anecdotario que se sumaba a los dicharachos de López Portillo como “con melón o con sandía”, en eso de la filia partidista, o “no te pago para que me pegues”, en el ardid sugerente de “no te corrompo para que me descalifiques”.
El boom petrolero había instalado a México en esa banda de la prosperidad económica, aunque ésta era sólo una burbuja, el espejismo fincado en el manejo errático de las finanzas nacionales, consecuencia de los economistas del sexenio anterior, el echeverrista, que se sustentó en el populismo clientelar que creaba fideicomisos y comisiones especiales un día sí y otro también, por decreto y merced a la servidumbre legislativa de personajes como Joaquín Gamboa Pascoe, que de obrero tiene sólo la referencia de quienes se ha servido para ascender peldaños de poder político.
Por supuesto, nadie deseaba que al gobierno le fuera mal. Ni hoy, porque sería tanto como abogar por la desgracia que ha hecho miserables a los pobres y acumulado millones de mexicanos en esa línea de no saber si mañana tendrán para y qué comer.
Nadie en aquellos días se imaginaría que, 36 años después, el Poder Ejecutivo propondría al Poder Legislativo la aprobación de un Presupuesto de Egresos de la Federación por el orden de cuatro billones 676 mil 237.1 millones de pesos y mucho menos un techo de endeudamiento hasta por 595 mil millones de pesos, y que para el gobierno de la Ciudad de México, entonces gobernado por un regente que era designado por el Presidente de la República, se requiriera la friolera de cinco mil millones de pesos como límite para endeudarse.
Tiene sus razones este paquete económico billonario, entregado por el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, a la Cámara de Diputados que, por ley, es responsable de legislar en materia de dineros para atender a un país con alrededor de 120 millones de habitantes.
Esos recursos tienen como fin atender gasto corriente, otro tanto en materia de seguridad pública, salud, algo más en educación, empleo, combate a la miseria y, si alcanza, para desarrollo tecnológico y participaciones a las universidades públicas que, por alguna razón, dejaron de crecer hace años, como ocurre con la Universidad Nacional Autónoma de México que recortó, por ejemplo turnos en los Colegios de Ciencias y Humanidades y cerró la posibilidad de ampliar recintos en sus facultades. La demanda crece mas no el espacio para albergar y atender una mayor matrícula de estudiantes.
Se disminuyen espacios en carreras vitales, caso de medicina como si el número de médicos con los que cuenta México fuera suficiente para atender a los millones de ciudadanos que reciben pésimos servicios en las instituciones públicas o que, de plano, caen en manos de los mercenarios y comerciantes de la salud humana.
Por supuesto, lo que México vive en todos los ámbitos, es consecuencia de las decisiones sexenales. Se ha dicho que cada seis años México se reinventa y se ajusta al proyecto de cada Presidente. Como si el país estuviera para experimentos.
La decisión de estatizar a la banca, del entonces presidente José López Portillo, que en calidad de candidato único a la Presidencia de la República, ofreció que la solución éramos todos, provocó la pérdida de confianza en el gobierno federal y sus economistas, azuzó una fenomenal fuga de capitales que dejó en ceros a las finanzas públicas.
Al amanecer del 2 de diciembre de 1982, Miguel de la Madrid despertó en sus alcoba de Los Pinos con el mal sabor de los quién sabe cuántos cigarros Raleigh fumados hasta la madrugada, cuando concluyó la reunión en la que pidió a Jesús Silva Herzog mover sus alfiles e influencias con el Fondo Monetario Internacional para que México pudiera renegociar su deuda externa, una vez declarado en suspensión de pagos.
Y don Miguel se empecinó tanto en combatir a la corrupción –La renovación moral de la sociedad, fue su slogan de campaña—que su administración no fue ajena a la camada de nuevos millonarios. La corrupción cabalgó en lomos de la perorata de meter a chirona a delincuentes de cuello blanco. Al final de cuentas la Secretaría de la Contraloría General de la Federación devino en esto que se llama Secretaría de la Función Pública con golpes mediáticos y miles de funcionarios corruptos libres y en plena tarea de medrar con el pueblo que requiere de los servicios públicos.
Hoy, diputados federales del PAN se alzan críticos, severos por cierto, de las políticas del presidente Enrique Peña Nieto. Y tienen razón cuando fundamentan su decir, como el coordinador de la bancada albiazul, José Isabel Trejo Reyes, de que ha fracasado la Reforma Fiscal porque no era la vía para combatir a la informalidad.
La diputada federal perredista Alliet Mariana Bautista Bravo, alude a una gran verdad, ésta de que el balance del segundo año de gobierno de Peña Nieto ha sido negativo porque se ha crecido a tasas menores a las previstas, entre otros puntos de los que no puede presumirse, so riesgo de prohijar demagogia.
¿Le creemos al secretario Luis Videgaray? ¿Le creemos al presidente Enrique Peña Nieto y a su gabinete que echa campanas a vuelo porque, aducen, ahora sí crecerá la economía y disminuirá el número de miserables? Con la economía no se juega; el hambre es canija. Conste.
MIÉRCOLES. Por cierto, ¿habrá impunidad en el asunto de la Línea 12 del Metro de la ciudad de México? Inhabilitar a un funcionario, es broma de mal gusto frente a un negocio que hizo más millonarios a delincuentes de cuello blanco que gobernaron al DF en la pasada administración. Digo.
@msanchezlimon
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