El poder ciudadano, concibe la idea de que los miembros de la llamada “sociedad civil” den cumplimiento permanentemente a todos sus derechos políticos y no solo a los ejercidos en época de elecciones; permitiéndoles no sólo elegir a sus representantes, sino también el vigilarlos, evaluarlos y destituirlos en el caso de que sea necesario.
Pero ¡oh! decepción…
porque una vez terminada la jornada electoral
y con ella el protagonismo efímero de la
ciudadanía, que valora más bien como ha sido utilizada hasta la emisión de su voto,
ve como pasa, éste, a mejor recaudo -cual cheque en blanco- con los
representantes de los partidos políticos, bajo la batuta de una institución blindada y
asida al poder vigente, que podrá
administrarlos de ser necesario discrecionalmente.
Para que una vez cumplidos los
procedimientos a que hubiera lugar, los funcionarios en turno otorguen
la constancia procedente encumbrándose a una autoridad
legalmente constituida, apropiándose del mérito que solo le pertenece al pueblo votante, que a estas alturas prácticamente ha sido ya olvidado como el principal actor del sistema democrático que rige en el País.
Porque solo es cosa de
observar a los políticos, quienes tras
alcanzar el cargo por el cual contendieron; a partir de
allí se sienten dueños de la llave de
acceso común al poder político, económico, a los
honores y a la gloria.
Incluídos
quienes asegura, que
únicamente pretenden alcanzar
la trascendencia histórica
dando soluciones reales a los
conflictos sociales, enarbolando
que el poder político es
para ellos solo un medio, un
instrumento, y no el fin ulterior.
Sin
embargo, todos nos damos cuenta que
las ambiciones de la clase política, aunque no son iguales, si están íntimamente
relacionadas y que, siempre en la
práctica, se da lugar a las
mismas actuaciones en aras del deseo del
poder por el poder mismo y
que ambos motivos,
esencialmente, pueden ser considerados
como uno mismo.
Porque en los
hechos es más que evidente, que al político
en el ejercicio del poder, lo logrado dentro de la legalidad le parece
poco, mostrándose insatisfecho y se convierte en un ser insaciable que no encuentra fin a sus deseos hasta el grado de pisotear el estado de
derecho. Y más pronto que temprano, esos
intereses que decían defender,
son olvidados para que prevalezcan
únicamente los personales o de
los grupos que lo apoyaron.
Para nadie, - pues
- es una sorpresa el decir y el sentir del pueblo, con respecto de aquellos que decían promover
mejoras para su comunidad, pues al final de cuentas se utilizan los logros
comunes en beneficio propio, incurriendo
en una corrupción descarada tanto en
el seno gubernamental o aliándose con instancias privadas, perdiéndose la
credibilidad ganada y desanimando de paso
a aquellos que con clara conciencia cívica habían decidido participar
con fines honestos y de progreso concreto.
La ciudadanía que evoluciona palpablemente, exige
la satisfacción inaplazable de un cambio real, debiendo -desde luego- incorporar
nuevas formas de presión
social y empoderamiento, enviándole un mensaje
muy claro a los Partidos Políticos
y a quienes actualmente gobiernan como encargados de tomar decisiones en forma de leyes, decretos y demás,
para que ejecuten
políticas públicas, que sin ambages,
protejan los intereses del pueblo…
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