Cuando el periodista
norteamericano John Kenneth Turner visitó México encubierto como un próspero
empresario a principios del siglo pasado para investigar la esclavitud durante
el porfiriato, ya consideraba la corrupción como parte de la cultura del mexicano.
Lo que tal vez no imaginó es que un siglo después de publicar su investigación
en un libro titulado México Bárbaro, este país seguiría tan corrupto y bárbaro
como lo encontró.
Kenneth narra cómo los
patrones propiciaban el endeudamiento impagable de sus trabajadores y los
presidentes municipales mandaban arrestar con cualquier pretexto para vender a
familias enteras como esclavos a los hacendados henequeneros de Yucatán, y a
los tabaqueros de Veracruz, para cobrar su comisión de 10 a 15 pesos por cabeza.
Los infortunados eran
escoltados por el mismo Estado Mexicano encabezado por el dictador Porfirio
Díaz. Eran los policías rurales quienes los llevaban en tren e incluso en
barcos del gobierno para entregarlos a sus explotadores.
Algo similar al caso de
los agentes de Migración que entregaban a los migrantes centroamericanos al
cártel de los Zetas en san Fernando, Tamaulipas, o al caso de Iguala en
Guerrero donde los 43 normalistas desaparecidos de Ayotzinapa fueron entregados
por policías de Iguala y Cocula a los Guerreros Unidos. ¿No cree?
Yaquis, mayas e incluso
habitantes de la Ciudad de México terminaron muertos por la fatiga, los azotes
y el hambre en esos campos de exterminio para acrecentar la riqueza de unos
cuantos empresarios, en su mayor parte españoles o descendientes de éstos, así
como de políticos y funcionarios. La esclavitud ya había sido abolida en aquel
tiempo.
A ellos no les importaba.
Familias enteras fueron separadas al ser enviados sus integrantes a diferentes
lugares o bien, al llevarse a una sola persona que jamás regresaría a su hogar.
Hoy los trabajadores
siguen viviendo del crédito y sujetos a largas jornadas laborales ya que se
deben tener dos o hasta tres trabajos para hacer frente a la carestía y el bajo
poder adquisitivo y en general, empresarios y empleados, la sociedad en
general, está esclavizada por la delincuencia organizada.
Las familias siguen
desbaratándose por el luto y hemos visto las peores atrocidades: cuerpos
desmembrados, niños, mujeres y jóvenes trabajadores asesinados por el cobro de
cuota a los ciudadanos honrados y productivos. Fosas con cadáveres de
desaparecidos en varios lugares.
Llama la atención que las
autoridades cambien y cambien de estrategia anticrimen, pero todas, se basen en
la captura uno por uno de objetivos “principales”, cuando vemos que en Estados
Unidos, por ejemplo, se realizan operativos en las que son detenidas 50, 100 o
más delincuentes.
Al parecer los trabajos de
inteligencia en nuestro país sólo dan para capturar a algún delincuente cuando
va armado en su coche y no para llegar a las madrigueras donde se ocultan las
estructuras de los grupos criminales.
Indigna además que la
seguridad sea responsabilidad de los tres niveles de gobierno y no falte alguno
que salga con que no le toca.
Quisiera pensar que todo
lo anterior es por falta de recursos, preparación o mera cobardía, y no por
complicidad o porque nos estén vendiendo por 10 o 15 pesos como en los tiempos
de Porfirio Díaz.
Descansen en paz los dos
jóvenes trabajadores de una pastelería de Acapulco asesinados la noche del
sábado. Dos vidas productivas y con un futuro por delante deben valer mucho más
que 10 o 15 pesos o que las vidas de todos los autores de la barbarie a la que
estamos sometidos en esta esclavitud del siglo XXI de la que esperamos ser
liberados.
México reclama un Estado
fuerte y existente que imponga la Ley y garantice la justicia.
jalepezochoa@gmail.com
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