Niccolò
Paganini nació un 27 de octubre de 1782 en Génova, fue un revolucionario
violinista y compositor italiano que se convirtió en uno de los pilares de la
técnica moderna del violín.
Paganini
no tuvo una infancia como la mayoría de los niños, además de que su padre
Antonio Paganini lo trató con mano dura recurriendo a la crueldad al persistir
con Niccolò en las actividades musicales y castigándolo severamente con cada
equivocación, el pequeño tuvo que enfrentar un fuerte ataque se sarampión que
lo dejó muy enfermo, tanto, que lo llegaron a dar por muerto, fue envuelto en
una mortaja y casi enterrado prematuramente. Y esa enfermedad dejaría a Paganini
enfermo por el resto de su vida…
Como
su genialidad musical surgió a una edad muy temprana, alcanzó las mieles de
éxito muy joven, pero con ese éxito vino una vida plagada por el desorden y los
abusos. Paganini, con tan sólo 16 años, llegó a perder tanto dinero que en
varias ocasiones llegó a dejar empeñado su violín para poder cubrir sus deudas
de juego. Pero al final, terminó librándose del vicio y nunca más se acercó a
una mesa de apuestas.
Niccolò
Paganini tocaba con brillantez. Embrujaba a los músicos y compositores más
experimentados con su estilo virtuoso. Llegó a ser un músico fuera de toda
norma, ahí precisamente nace su leyenda.
Paganini
era capaz de tocar a la espectacular velocidad de doce notas por segundo. Ese
es el tiempo que la mayoría de los músicos tardan en leer doce notas. También
innovó con sus técnicas de memorización; antes de él, todos los violinistas
iban acompañados del programa que debía ser tocado. Paganini, a su vez,
acostumbraba simplemente a subirse al palco con su instrumento, sacudiendo su
larga cabellera y poniéndose a tocar. Todo el programa estaba en su memoria.
Con
todo ese talento extraordinario, el virtuoso violinista se convirtió en
leyenda. Asociada a la increíble velocidad que alcanzaba cuando tocaba, estaba
su apariencia cadavérica, que causaba cierto terror en las personas que tenían
miedo de asistir a sus presentaciones. Según una descripción de Castil-Blaze en
1831, Paganini medía 1.65 metros de alto, era muy delgado, tanto que su cuerpo
y extremidades asemejaban a líneas largas y sinuosas, de cara muy pálida y
rasgos marcados, ojos de águila (oscuros y penetrantes), nariz puntiaguda,
cabellera larga ondulada que caía sobre sus delgados hombros. No era de
extrañar, el hombre vivió toda su vida luchando contra una enfermedad severa
que le exigía una dieta rigurosa y muchas horas de sueño. En la época, sin
embargo, muchos creían que Paganini había vendido su alma al diablo a cambio de
su perfección musical.
Cierta
vez, durante una presentación en Bélgica, el hombre fue abucheado. Más tarde se
descubrió que la causa del rechazo había sido la leyenda sobre su sociedad
demoniaca.
El
propio Paganini relató en una carta que en cierta ocasión, al tocar las
variaciones tituladas ‘le Streghe‘ (las Brujas), un individuo afirmó que no vio
nada de sorprendente en su desempeño, pues con toda claridad había visto,
mientras Paganini tocaba sus variaciones, al diablo sosteniendo su codo,
dirigiendo su brazo y guiando el arco, incluso describió que este supuesto
diablo vestido de rojo, tenía cuernos entre la cabeza y un rabo entre las
piernas. Después de esto, muchos creyeron que aquel individuo había descubierto
los secretos de las maravillosas virtudes del violinista. Paganini, en esta
carta, parece comprender todas esas leyendas, diciendo: “Mi parecido con él era
una prueba de mi origen”. Es decir, su apariencia cadavérica era una prueba que
era el hijo del diablo. (Una semejanza con la historia del Fantasma de la
Opera)
Así,
su rostro pálido y largo con las mejillas hundidas (por haber perdido los
dientes debido a la enfermedad), los labios delgados y una sonrisa sarcástica,
la expresión penetrante de sus ojos que parecían carbones al rojo vivo, le
dieron una apariencia diabólica que llevó a muchos de sus admiradores a
circular el rumor de que él, era el hijo de un demonio. Las personas a menudo
se desmayaban si llegaban a ser tocada por el músico. Una vez, Paganini se vio
obligado a publicar cartas de su madre para demostrar que había tenido padres
humanos. De cualquier forma, despertaba terror y temor donde quiera que iba. En
Paris lo llamaron Cagliostro, en Praga le dieron el mote del judío errante
original, en Irlanda circuló el rumor de que había llegado hasta esas tierras
en el Holandés Errante.
Fue
entonces que Paganini decidió encarnar a la leyenda en que lo habían
convertido, siempre usaba trajes negros y desalineados para complementar su
imagen desdeñada. Y sus presentaciones realmente sorprendían. A los cuarenta años
el violinista comenzó a viajar por Europa, y sus excentricidades se hicieron
aún más grandes. Llegaba a los conciertos cubierto por un largo manto negro, en
un carruaje tirado por cuatro caballos también negros – y, en ocasiones,
demoraba para entrar al escenario, para después de largos minutos surgir de
repente y mirar fijamente al público. Los escenarios de sus presentaciones eran
siempre lúgubres y con poca luz. En Londres, frecuentemente las personas
pinchaban con palos a Paganini para ver si estaba hecho de carne y huesos.
Muchos
pagaron precios ridículamente altos para asistir a las presentaciones de aquel
músico flaco y misterioso. Los comerciantes colocaban el nombre del ídolo en
productos tan diversos como perfumes y calzado. Las giras incluían a las
ciudades más importantes de Europa, especialmente Viena, Milán, Hamburgo, Paris
y Londres, donde las ganancias fueron lo suficientemente jugosas como para que
el artista se hiciera millonario. Sin duda, el italiano Niccolò Paganini fue
una especie de Lady Gaga del pasado. Las presentaciones de Paganini se resumían
casi siempre en composiciones propias, sonidos mágicos que arrancaba del
violín. El rostro escuálido se contorsionaba, los cabellos negros y ondulados
se agitaban, el arco del violín hacia movimientos inigualables por la mayoría
de los músicos de la época. Algunas veces, por el simple placer de asustar,
Paganini sacaba un par de tijeras y cortaba tres cuerdas del violín, siguiendo
el concierto solamente con una, la cuerda sol (G).
“Paganini en Prisión”, de Louis Boulanger,
1831. Cortesía de la Stanford University Libraries, fotografía por Michael
Marrinan
Como
músico, innovó y desafió a los mediocres, como un auténtico rebelde. Innovó
empleando armónicos, así como resucitando el arte olvidada de la scordatura, es
decir, afinaciones múltiples, utilizadas en el violín por primera vez. Es
posible que Paganini fuera el Jimi Hendrix del violín, doscientos años antes,
arrancando sonidos inimaginables hasta entonces con aquel instrumento. Además,
vestía pantalones apretados y pelo bien largo, dejaba a las mujeres locas de
pasión y a los hombres locos de envidia. Pero sobre todo, Paganini tocaba su
instrumento de una forma que estaba a años luz de sus contemporáneos.
Las
leyendas relacionadas con Paganini no hacían más que aumentar. No suficiente
con divulgar que tenía un pacto con el demonio para poder tocar de aquella
forma, también se especulaba que las cuerdas de su violín estaban
confeccionadas con los propios cabellos del diablo. Otra historia decía que su
habilidad venía de años de práctica en la prisión, condenada por el asesinato
de su amante. En esta versión, las cuerdas del violín habían sido
confeccionadas a partir de los intestinos de su desafortunada víctima.
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