… Lucindo,
al presentir que el tiempo vivido lo llevaba a la antesala de su final
terrenal, demarcó su territorio y tiempo después se arrinconó entre los
trebejos habidos en “La Cabaña de don Fabián” asentada en la colonia Los Amates de
la Ciudad de Tixtla de Guerrero. Ahí quedó, inmóvil, sin beber agua ni consumir
alimento en espera de lo ineludible. De su otrora naturaleza portentosa, sólo
se avizoraba un abrir y entrecerrar de ojos. “Ha empezado a agonizar”, dijo
alguien con cierto desdén al verlo inanimado. Pero he aquí que cuando Santiago,
el cuidador del entorno, llegó acompañado de La Muñeca, espécimen joven de
coqueto caminar y piel transpirando olores de hembra en celo, Lucindo avivó sus
sentidos, y haciendo poco caso a su cadera entumecida por dolores artríticos,
sacudió su cuerpo y fue hasta donde estaba ella. Hubo en ambos un escarceo
afectuoso a manera de agrado mutuo. Y, dado que La Muñeca trotaba, corría y se
alimentaba con desmesurado vigor, él, hasta entonces tullido y abstemio, la
imitó y empezó a moverse, a beber agua y consumir alimento.
Para
sorpresa de Santiago y de quienes habían preparado una concavidad terrosa que
haría el papel de sepultura, Lucindo, aunque no satisfizo los deseos carnales
de La Muñeca, caminó junto a las caderas de ella y se mostró feliz al aspirar
los olores que ésta despedía; se movía al tiempo que evocaba sus ayeres
perrunos en los que era líder de la jauría alborotada. Durante cinco días consecutivos
anduvieron de aquí para allá de allá para acá,
el uno tras la otra en un ir y venir en apariencia incansables.
Ante
la actitud juvenil de La Muñeca, quien con diligencia cuidaba el área
delimitada que consideró su nuevo hogar, hubo brotes de bríos en la naturaleza
de Lucindo, propiciando que el lecho socavado
en un rincón del ámbito de La Cabaña de don Fabián, haya permanecido durante
muchos tiempo en espera de lo que habría de cobijar.
Ahora,
a casi dos años de distancia de aquella inesperada reanimación, mitotes van,
mitotes vienen. Por comentarios esparcidos por Santiago, secundados por habladurías
de la gente que habita en las cercanías de La Cabaña de don Fabián, se sabe que
en las noches de plenilunio La Muñeca, desde la tumba que alberga los restos de
Lucindo, emite aullidos pesarosos. Y entonces, amén de hablar de los alborotos
carnales de quienes “andan en celo”, se sueltan palabreando en torno a lo que
trae consigo el desear y el elixir del amor. Y los más de los hablantes
terminan diciendo que: “nunca falta un roto para un descosido”, y que cuando se trata de satisfacer las “ganitas
carnales”, recomendable es hacer caso a eso que reza “para gato viejo, ratón tierno”… Eso
dicen que dijeron…
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