Pedro I "El Grande" |
En 1717 Pedro I de Rusia estaba de visita en París, y una mañana que pasaba por una muy concurrida calle vio que una mujer se resbaló y cayó de espaldas con las piernas hacia arriba delante de su caballo. El Zar, observando atentamente aquella preciosa tijera de piernas parisina, exclamó con cierta picardía: "Las puertas del Paraíso están abiertas", mientras la muchacha se incorporaba.
Aquel bonito piropo se debía a la interesante costumbre de las mujeres francesas de la época de no usar ropa interior, por lo que obviamente el Zar logró ver mucho más allá de lo que nosotros podríamos ver hoy en día. Ahora, lo interesante de esta anécdota no que las mujeres francesas no utilizaran ropa interior, sino que las mujeres en general no la usaban. Ni las inglesas, ni las alemanas, ni las italianas, y tampoco llevaban calzones las primeras mujeres que emigraron y colonizaron América.
Realmente sorprende saber que durante los primeros cinco mil años de civilización occidental, las mujeres no llevaban nada entre sus piernas, más allá de su pelaje natural. Hasta finales del siglo XVIII la ropa interior de las mujeres consistía sólo en blusas largas y holgadas que era lo más común, y en blusas con ojales en la cintura o corsés (que en sus inicios era una prenda aristocrática). También las enaguas fueron populares, especialmente cuando los médicos asociaron gordura con salud, y como subir de peso era un lujo en esa época, la gordura y caderas anchas estaban reservadas para la aristocracia. Como a la gente flaca se la asociaba con la enfermedad y la pobreza, muchas mujeres en su innata vanidad, trataban siempre de mostrarse atractivas y saludables sin importar el número de enaguas que debían ponerse; pero repito una vez más, lo que conocemos como calzones o bragas no se usaron en gran parte de la historia, y de hecho vienen a ser un invento moderno y revolucionario que apareció apenas hace poco más de un siglo.
El famoso pintor Gustave Courbet (1819-1877) refleja aquí la costumbre femenina de no usar ropa interior que duró hasta bien entrado el siglo XIX. Como podemos ver, se usaba un montón de enaguas, pero nada que cubriera directamente sus partes íntimas.
Solamente durante sus ciclos menstruales las mujeres solían ponerse un paño entre las piernas, que lo ajustaban con una especie de sábana, muy parecido a lo que hacen los luchadores de sumo. Pero aún así las fugas eran frecuentes. De hecho, mientras les duraba el período, acostumbraban a llevar más enaguas que de costumbre, y si les era posible, tenían en el armario su dotación de enaguas de franela con el fin de evitar aquellas inoportunas manchas reveladoras.
Las mujeres no llevaban nada bajo sus vestidos principalmente por lógica comodidad; para ellas era fácil darse cuenta que cerrar el flujo de ventilación al ambiente húmedo de la vagina (en una época en que las normas de higiene eran precarias), les provocaría como mínimo escozor e irritación. Y razón no les faltaba, pues el inexistente suministro de agua corriente en las ciudades, hubiese favorecido notablemente a todo tipo de infecciones (como la candidiasis) y a la proliferación de piojos y ladillas, que como todos sabemos, siempre han sido nuestros fieles compañeros durante la historia.
Solamente durante sus ciclos menstruales las mujeres solían ponerse un paño entre las piernas, que lo ajustaban con una especie de sábana, muy parecido a lo que hacen los luchadores de sumo. Pero aún así las fugas eran frecuentes. De hecho, mientras les duraba el período, acostumbraban a llevar más enaguas que de costumbre, y si les era posible, tenían en el armario su dotación de enaguas de franela con el fin de evitar aquellas inoportunas manchas reveladoras.
En la caricatura superior se puede notar que las mujeres francesas no usaban nada debajo de sus vestidos. Es más, podemos ver algunos "comedidos" ayudándolas a escalar un muro, y uno que otro curioso dirigiendo su telescopio hacia ellas y no al globo de los hermanos Montgolfier.
En cambio las mujeres que vivían al Este de Europa tenían diferentes hábitos de higiene y se bañaban con mayor frecuencia que sus hermanas del continente. Estas ya se podían dar el lujo de llevar algunas veces bombachas largas debajo de sus faldas. Muy parecidas a los pantalones tipo harén, como los que usaba Mi bella genio.
En cambio las mujeres que vivían al Este de Europa tenían diferentes hábitos de higiene y se bañaban con mayor frecuencia que sus hermanas del continente. Estas ya se podían dar el lujo de llevar algunas veces bombachas largas debajo de sus faldas. Muy parecidas a los pantalones tipo harén, como los que usaba Mi bella genio.
Con las imágenes superiores podemos hacernos una idea de las prendas tipo pantalón que usaban siglos atrás las mujeres de los Balcanes, y no siempre, sino más bien en ocasiones especiales. A la izquierda pueden ver con traje tradicional a una novia albanesa en 1925 y a la derecha una mujer yugoslava de 1926.
Y fue justamente durante el Renacimiento que estas prendas de vestir (bombachas largas) se empezaron a introducir en Europa occidental, primero como novelería y moda de la clase alta, a los que no tardaron en llamarlos pantalones turcos, pero que de a poco fueron transformándose en los famosos bloomers, es decir, ciñéndolos más al cuerpo y adaptándoles tirantes a la cintura para sujetarlos. Sin embargo estas extrañas prendas importadas (que además se consideraban masculinas), nunca fueron del agrado de las mayorías ni de la mujer de pueblo, de clase obrera, que prefería una y mil veces la comodidad de ponerse en cuclillas y orinar en un callejón.
Y fue justamente durante el Renacimiento que estas prendas de vestir (bombachas largas) se empezaron a introducir en Europa occidental, primero como novelería y moda de la clase alta, a los que no tardaron en llamarlos pantalones turcos, pero que de a poco fueron transformándose en los famosos bloomers, es decir, ciñéndolos más al cuerpo y adaptándoles tirantes a la cintura para sujetarlos. Sin embargo estas extrañas prendas importadas (que además se consideraban masculinas), nunca fueron del agrado de las mayorías ni de la mujer de pueblo, de clase obrera, que prefería una y mil veces la comodidad de ponerse en cuclillas y orinar en un callejón.
Vista frontal y posterior de un bloomer de la época
Esta era la alternativa para aquellos días complicados de la mujer, donde tenía que sujetar una pequeña almohadilla absorbente
Era una prenda tan incómoda que las únicas mujeres francesas que usaban este tipo de ropa interior en el siglo XVIII eran las bailarinas, y lo hacían sólo por cumplir con la ley. Es que a una bailarina en 1727 se le quedó enganchada su falda durante un espectáculo, y la exposición de sus partes íntimas condujo a la aprobación de una ley en París, que dictaba que: "Ninguna actriz o bailarina deberá aparecer en el escenario sin calzones".
Recién a mediados del siglo XIX las cosas como que empezaron a cambiar. Las mujeres más valientes y liberales exigían cambios y empezaron a apoyar causas como las de Elizabeth Smith Miller, quien encabezó una verdadera cruzada para que las damas dejaran de usar los vestidos hasta el piso. En su lugar, propuso un cambio “innovador” sugiriendo usarlas sólo hasta los tobillos, y también alentando a las chicas para que usen las bombachas debajo de sus faldas, pero que estas sean sólo hasta la rodilla. Así de paso tampoco contrariaban a los extremistas y conservadores que siempre les recordaban la sentencia de Deutoronomio 22:5.
Bueno, pero el asunto es que al final hubo dos hechos trascendentales que aceleraron en todo el mundo el uso de ropa interior por parte de las mujeres:
- el robo de miles de semillas de goma desde Brasil en 1876, y
- el invento de la bicicleta de cadena en la década de 1890.
El botánico inglés Henry Wickham logró sacar sin permiso de las autoridades del Brasil 70.000 de semillas de árboles de caucho, falsificando un documento en el que aducía que la carga sólo era de material orgánico muerto para estudiarlo en su herbario londinense. Primero las sembró en el Real Jardín de Kew, y en cuanto pudo, envió algunos brotes a las plantaciones británicas de Ceilán y Malasia, lo cual fue suficiente para romper el monopolio brasileño del caucho, saturar el mercado y abaratar su costo; situación que impulsó la industria de cintas elásticas haciéndolas bastante accesibles para la industria textil. Ya no eran necesarias aquellas engorrosas bombachas de cordones, que muchas veces su caían mientras se caminaba y más que nada incómodas, muy incómodas al momento de utilizar las letrinas, porque el inodoro de cerámica tal como lo conocemos fue inventado en 1886 y aún no era popular.
La segunda causa fue el evidente placer que sentían las mujeres al recibir las refrescantes brisas de aire cuando se puso de moda el uso de la bicicleta, las cuales no podían ser montadas como los caballos, con faldas largas, porque aparte de ser incómodo también era peligroso.
"El andar en bicicleta es una moda que todas las estudiantes parisinas han adoptado", afirmaba un artículo del Scribner's Magazine en 1895. Por supuesto todas las muchachas empezaron a usar bombachas cortas, o sea calzones. Las mujeres de París ahora llevaban calzones en público, incluso las que no andaban en bicicleta. Habían descubierto una prenda fácil de usar (por los elásticos) y que les daba una rara pero confortable sensación de libertad. Muchas estudiantes estadounidenses recién llegadas de París, fueron las que impusieron la moda en América.
La tendencia siguió cobrando impulso y la prenda evolucionó desde los amplios y espaciosos calzones de algodón con encajes de inicios del siglo XX, pasando por la seda hasta llegar al famoso nylon, e irónicamente, reduciéndose hasta quedar en la actualidad otra vez en nada o "casi nada".
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