Quienes
delinquen, quieren manos libres para poder hacerlo. No tienen las agallas de
pagar sus culpas si son pillados. Ellos no aceptan que alguien se entrometa y
los delate, sean funcionarios, ministros de la corte, políticos, empresarios,
militares, eclesiásticos, sindicalistas, policías, etc.
Se
vale cometer el delito pero no denunciarlo. Pugnan, entonces, por un periodismo
sin responsabilidad social en los medios de comunicación, mayoritariamente en
manos de hombres y mujeres de negocios, que ven las noticias como mercancías o
la oportunidad de una transacción para prebendas, y también para ser parte de
las grandes comilonas de los opulentos, que lo son a ultranza.
Ya
bastante hacen con entretener al público con el show de las noticias. El
público no puede pedir más. Eso de que es obligado hacer periodismo con sentido
social, como lo demandan la ética en el uso de los medios de comunicación y la
propia Constitución Política para cimentar un país de leyes, es un lujo que a
ellos no les conviene darse.
Hay
otras prioridades, las suyas y sólo las suyas, de unos y los otros, “dueños” de
los medios de comunicación y de aquellos que deben rendir cuentas a la
sociedad, y no lo cumplen. En conjunto, son los causantes de un periodismo
decadente y pobre en contenidos.
Son
ellos quienes han hecho a este país a su imagen y semejanza, con la gran
pobreza intelectual y moral que los caracteriza. Para seguir medrando con los
bienes de la nación, hacen intentos serios por reducir al periodista al nivel
de un simple “empleado” y moldearlo a su gusto, a sabiendas de las fragilidades
de algunos de ellos, arrebatarles el respeto a sí mismos, y despojarlos de su
dignidad.
No
es casualidad que orquestadamente, con los más recientes ataques a la figura de
Carmen Aristegui, desde los medios de comunicación, traten de hacerla ver como
una “empleada con ínfulas”, para de paso dejar el mensaje de que los
periodistas “no pueden actuar solos”, y que es el “patrón” el que decide quien
está o no en su staff.
Lo
gracioso es que se valen de periodistas sátrapas, en obediencia a sus amos,
para atacar a otros periodistas. Así, con el caso Aristegui quedó claro que
para ser contratados hay que cumplir con un requisito esencial: olvidarse del
verdadero papel para el cual los periodistas deben su existencia.
Carmen
Aristegui personifica la voz adalid de la verdad y la libertad en el ejercicio
de una profesión que sólo puede ejercerse en esos términos.
Los
políticos y funcionarios responsables de la buena marcha de este país, si no
salen al paso para responder al clamor de la sociedad, estarían cometiendo el
peor delito de todos: contribuir a esclavizar el pensamiento, y con ello
prestarse a que México siga hundiéndose en el fango.
Estos
tiempos demandan los más duros sacrificios para poner nuevamente de pie a
nuestro país.
gloriaanalco@prodigy.net.mx
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