domingo, 24 de febrero de 2013

"EL PARTE", DEL ESCRITOR GUERRERENSE, MARGARITO LÓPEZ RAMIREZ


El parte…”
Señor Comisario:
Tan pronto como usted nos entregó al fulano, mi compadre dijo: lo llevaremos ante la señora autoridad superior que se encuentra a dos días de camino bien andado. Y yo, levantando el ala de mi sombrero, le dije: ¡sea pues!
Agarramos paso muy temprano, de tal manera que, cuando aparecieron los primeros rayos del sol, pasábamos cerca del pueblo de Santa Elena, y de allí proseguimos rumbo  a Yolotla, y Nancintla,… Llevábamos bastimento para cuatro o cinco días de camino. Avanzábamos por camino real y en veces por veredas siguiendo el cauce del río. Como a las diez de la mañana,  a la altura de El Despeñadero, mi compadre, quien desde el principio jalaba la bestia que cargaba al prisionero, detuvo su montura, y dijo: compadre, el hombre quiere “calzonear”. Yo, desde el puesto de vigía en la retaguardia, no pronuncié palabra alguna; permanecí mudo como si no hubiese escuchado palabra alguna, él insistió y argumentó que no era de cristianos dejar que se cagara en sus calzones. ¿Lo bajo de la mula?, preguntó urgido como si él estuviera en aprieto corporal. Yo le dije: ¡bájelo, pues! Compadre, repetía su cantaleta: el prisionero quiere que le suelte las manos y pies para que se afloje la pretina y haga su necesidad como dios manda. No dije sí tampoco no, sólo levanté el ala de mi sombre a manera de señal que lueguito  entendió. ¡Compadre!, otra vez la voz de él: dice que lo dejemos que se aleje uno cuantos pasos de nosotros para que no nos llegue la pestilencia de su porquería. Y, el hombre, luego de vernos que nos quedamos callados, se retiró. Pero no conforme con alejarse diez o veinte pasos, se fue más allá de lo necesario y empezó a correr entre las piedras como si estuviera jugando a las escondidas con nosotros. Mi compadre gritó: compadre, compadre, está juyendo, ¡se nos pela el muy desgraciado, y dijo, poniendo cara de bobo, ¿le aviento un plomazo? Entre que oí su pregunta y miraba que el fulano corría como alma que lleva el diablo, recordé que, cuantas veces lo habíamos entregado a las altas autoridades para que lo juzgaran por sus fechoría,  las mismas veces lo habían soltado que dizque por falta de pruebas como si para ellos no contaran los matados, los abusos, las violaciones y demás ladronerías cometidas por él., y recordé que una y más veces había regresado envalentonado apara cometer más arbitrariedades.  En ese cavilar estaba cuando otra vez oí la voz nerviosa de mi compadre. Yo no dije palabra alguna, sólo agarré  y bajé el ala de mi sombre, y, en un cerrar de ojos, resonó la doble descarga de la escopeta al tiempo que yo resollaba aire con sabor a pólvora quemada y escuchaba el arguende de chachalacas, zanates, calandrias y urracas  a lo largo y ancho de la barranca.  
Después de un momento en el que mi compadre lucía pálido y paralizado, escuché nuevamente su voz: ¿y ahora, compadre Romualdo, qué hacemos? Y allí está que, antes que se enfriara, lo tapamos con piedras del río para que  no se los comieran los animales. Por si quiere saber, todavía le dedicamos un rato de silencio y al terminar dijimos que ojalá y dios lo tuviera amarrado en el infierno, cocinándolo a fuego lento para que no regresara a perjudicarnos.
¿Y ahora qué hacemos?, otra vez… la voz nerviosa de mi compadre Ambrosio quien, al no escuchar palabra alguna de mi boca,  recargó su arma y montó su caballo tordillo.
Por eso estamos aquí, señor Comisario, para decirle a usted y a los del pueblo que el fuereño. el que regresó y abusó de la niña Zenaida, no fue entregado a las autoridades superiores como se nos encomendó. Y todo por qué,  porque cómo le dije, nos quería engañar con eso de que iba a calzonear

Por Margarito López Ramírez

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