Moisés Sánchez Limón
No, no es broma ni falta de respeto; analogía, sí, de esta pareja justiciera que, en un comic primero y después en serie de televisión, irrumpió en un ciudad inmersa en la violencia y la crisis de valores para combatir al mal.
Así Luis Miguel Gerónimo Barbosa Huerta y Ernesto Javier Cordero Arroyo, senadores uno por el PRD y, otro, por el PAN, son producto de diversas circunstancias ideológicas y experiencias sociales, amén de la divergencia educativa profesional, uno es abogado por la UNAM, el otro actuario por el ITAM, pero integraron el dúo dinámico para despojar al Pacto por México de esa pretensión que, según ellos, se enfilaba a suplantar al Congreso de la Unión.
Barbosa Huerta tiene antecedentes priistas, podrían reclamar los senadores panistas fieles a Cordero que, con ese pasado partidista, pretenden descalificar a su nuevo coordinador parlamentario, el colimense Jorge Luis Preciado Rodríguez. Aunque el pasado del poblano es por la filia familiar hacia el PRI.
Cordero Arroyo, aunque hijo de una pareja de catedráticos con alto prestigio ganado a pulso en la Universidad Nacional Autónoma de México, optó por la educación en el influyente Instituto Tecnológico Autónomo de México que, desde la primera mitad de la década de los 80 del siglo pasado, desplazó a la UNAM como semillero de políticos tecnócratas en los principales cargos del gobierno federal.
¿Qué tienen de común los senadores Luis Miguel Gerónimo y Ernesto Javier? Ideológicamente sus doctrinas han estado enfrentadas desde el periodo post revolucionario, cuando la derecha católica integra un partido, el PAN, de contrapeso al PRI que ya caminaba por vía hegemómica, y la izquierda era más comunista y radical, pero proscrita del esquema de partidos políticos hasta que la reforma política de 1977 le abrió la posibilidad de abandonar el clandestinaje, llegar al Congreso de la Unión y luego ceder sus siglas a ex priistas que fundaron al Partido de la Revolución Democrática.
Pero la tozuda postura del entonces presidente Miguel de la Madrid Hurtado de legitimar el triunfo de Carlos Salinas de Gortari en los comicios presidenciales de 1988, sembró la semilla de esa convergencia de motivos anti priistas entre la derecha y la izquierda, porque la doctrina comunista ya era rémora en esos días de Cuauhtémoc Cárdenas como candidato del PRD robado a la hora de contar los votos, y del panista Manuel de Jesús Clouthier del Rincón que del brazo de doña Rosario Ibarra de Piedra urgió al entonces secretario de Gobernación, Manuel Bartlett Díaz, quitarse el gorro de alquimista y la máscara de mapache electoral. Luego se convirtió al petismo.
Y desde entonces, para la derecha y la izquierda, cebada con el fraude electoral, el Partido Revolucionario Institucional fue como la corrupta y oscura faz oculta de Ciudad Gótica. Y mire usted, sólo dé una repasada al cómic para encontrar esas similitudes de aventuras fantásticas en las que Barbosa y Cordero se alzaron personajes centrales para desprestigiar y combatir al PRI, para mostrarse sonrientes en la foto y maquiavélicos en la negociación.
No, no es broma ni falta de respeto. Barbosa y Cordero fueron, hasta hace unos días, pareja legislativa con pretensiones de erigirse en poder paralelo al constitucional, de asumir incluso las atribuciones de la Cámara de Diputados y pasar por encima de acuerdos de los dirigentes nacionales de sus partidos, para presentar iniciativas de reformas constitucionales previstas en el Pacto por México.
De raigambre concebida en el plano de la justicia social, porque su entorno familiar tuvo esa tesis como signo de vida, estos senadores sin embargo se engolosinaron con el poder y las candilejas. Perdieron de vista que México, como Ciudad Gótica, es de subrayados contrastes y su praxis política es muy ortodoxa, tanto que a la hora de los acuerdos se olvidan lealtades y, cuando se rompe la palabra empeñada, invocan olvido conceptual.
Hoy, la imagen de Barbosa es harto diferente cuando Cordero ha sido defenestrado y despojado del poder de influir y decidir en la consecución de reformas contrarias al dictado presidencial en el Pacto por México. Barbosa sin Cordero, Batman sin Robin, en la paráfrasis del Chapulín Colorado, que se aproxima en desplantes al senador Javier Lozano, dirían en la soledad de su oficina: ¿Y ahora, quién podrá hacerme segunda?
Gustavo Enrique Madero salvó el buen tránsito del resto de su gestión al frente del PAN, pero metió al partido en el tobogán con salida desconocida. Le quitó la piedra en el zapato al Pacto –¿a Enrique Peña Nieto?—Y el PRD está obligado a reflexionar respecto de la ausencia de un socio en la cruzada por hacerse del poder paralelo al Ejecutivo federal. Batman sin Robin. Digo.