Y
mientras se multiplican los homenajes a Octavio Paz en todo México, más que
sobre la importancia, profundidad y realizar una reflexión sobre su obra, todo
el “numerote” es producto del marketing para el gobierno actual y de lucimiento
para el presidente que ha leído un solo libro en su vida. En ese escenario en
donde el autor de “Noche en Claro”, “Libertad bajo palabra”, “Nocturno de San Ildefonso”, “Piedra de Sol”,
“Vuelta” y “el Cántaro roto”, (cuya historia de cómo lo escribió Paz me la
contó Deba Garro, tía de Helena Paz Garro también como nació “mi vida con la ola” y la respuesta de Helena
Garro; “Andarse por las ramas”, porque Octavio siempre andaba por las ramas);
exactamente a un día de los cien años del nacimiento del poeta de Mixcoac, de
la literatura universal y premio Nobel mexicano, eje de la polémica y el debate
literario y político; falleció su hija única la mañana del domingo 30 de marzo,
Helena Paz Garro; (1939-2014). “Los restos de la escritora fueron velados en
una de las capillas de la funeraria Gayosso, sin la presencia de escritores
nacionales o extranjeros, ni de ninguna autoridad cultural del municipio, del
estado o federal. Sólo estuvieron unos diez familiares de la familia de su
madre…”. (La Jornada/31/marzo/14). ¿A
qué se debe la ausencia del estado mexicano volcado en Paz y negado a Helena?
Es
porque en ese contexto nada halagüeño para los morelenses, la hija de Paz
falleció a un día de la marcha contra la violencia imparable en la Cuernavaca desgobernada
por Graco Ramírez, llevada a cabo por
multitud de organizaciones el 1 de abril pasado, en donde demandaron un cese a
la violencia y pidieron la renuncia del gobernador del estado, asunto que no tiene tintes
partidistas como lo hacen ver los aduladores del tabasqueño, o la estrategia
pinolera que busca a toda costa promocionar la imagen, no de un presidente en
guerra (Calderón), sino de un mandatario que va a las entidades más violentas a
poner la calma y a llevar a la policía federal y a comisionados con los que se
rompe el pacto federal. O porque andaban tan preocupados, que se les olvidó
porque el estado de Morelos se les desmorona y donde los índices de violencia
son escandalosos, como lo demuestran encuestas y protestas de empresarios, de médicos
que denuncian el secuestro de 44 doctores y el asesinato de dos galenos. Y en
medio de la crispación y sicosis ciudadana por el asesinato de cajeras en pleno
día, de asaltos y secuestros, de violaciones y feminicidios, en fin, en un
estado irritado y erosionado por la delincuencia organizada.
Me
extraña de Cristina Faesler, Secretaría de Cultura de Morelos, una mujer que
goza de mis estimas, no acudir a dar el pésame a la familia materna de la Chata
Paz, los Hermanos Guerrero Garro; Francisco, Ángel, Flora, Devaki, Pablo,; con
excepción de Antonia que vive en New York, extraordinaria pintora, Jesús, que
radica en Suiza, pintor, escultor y un hombre que sabe-hacer-todo; a hijos,
maridos y esposas; todos artistas, hombres y mujeres de buena fe y ligados al
quehacer ecológico, periodístico, cultural y de la enseñanza del español en
Morelos desde hace décadas. ¿Cuál fue la razón?
Helena
Paz Garro, no sólo fue la hija de dos brasas, que mantuvieron encendido el
fogón de la literatura mexicana, fue una mujer comprometida con la palabra, que
creció en medio de constantes viajes, colegios, lenguas y paisajes, la Chata
Paz, se adentró en la narrativa y la poesía y publicó, prologado por el filósofo alemán Ernst Jünger; La rueda de la fortuna (FCE), 70 poemas escritos de 1954 a 1962 en
Paris, Nueva York, España y la Ciudad de México. También sus Memorias (Océano, 2003) y Criaturas de la noche y Onyx.
En
la “Rueda de la fortuna”, como su vida que cambió de fortuna y de fortines, vemos a una Helena Paz, casi hada-niña,
hada-mujer pegada a los caminos del porvenir de su madre que multiplica los
caminos a ninguna lugar desde el mismo lugar y que se ha convertido, a pesar de
las chispas, en un sol domesticado, errante como los planetas y el flujo de la
vida. Y frente al embate de los elementos,
en la terrestralidad del mundo, donde los perros y mendigos corren a
celebrar el festín del silencio y la soledad, Helena Paz descubre con singular
capacidad metafísica que después de todo, sólo en medio de la soledad más
deslumbrante quedan “las cuerdas infinitas de la música”. En el poema a la
madre se percibe a una mujer que golpea
con una mano de agua una roca de basalto con el intento de romperla sin
encontrarse ni encontrarla:
Sus cabellos
chispean,
sol domesticado en
una casa.
Sol vagabundo.
Errante de cuarto en
cuarto.
Entibia nuestras
almas.
Su casa abierta a
todos los vientos,
ráfagas de lluvia
perfuman,
trombas de nieve
hielan.
En la mesa, el
caldero sin fondo,
festín de los
mendigos y los perros
Sus pasos largos.
prolongan las cuerdas
infinitas
de la música.
En
una entrevista concedida a la revista “Proceso”, Helena cita al filósofo alemán Ernst Jünger que le escribió el prólogo a su
libro: “En este siglo en que vivimos y que se acerca ya a sus postrimerías el
poeta vive, como profetizó Hölderlin en tiempos de indigencia. Por ello las
poesías son un regalo de particular valor. La mañana en que en la carta de un
amigo hay un poema que serena mi ánimo es una buena mañana Y eso es lo que me
sucede desde hace muchos años con las suyas, querida Helena…” (Proceso/15/octubre/2007)
En
ese mismo libro, uno de los pocos que publicó en vida, se encuentra un poema escrito
en Londres y dedicado a Octavio Paz, su padre, donde la polaridad de la
separación llena los campos semánticos del verso:
Las flores de té
flotan en nuestras tazas
Tus ojos de
lapislázuli
me miran.
En los panes dorados
se funde la
mantequilla.
El timbre de Harrolds
llama
para separarnos.
Disueltos
en una repentina
bruma helada
de lágrimas
que surge bruscamente
de todos los rincones…
Helena
Paz fue sepultada en la misma cripta donde está su madre, Helena Garro en el
panteón, de la Paz al sur de la ciudad de las eternas balaceras.
Descanse
en paz.
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