En medio del clima adverso al gobierno de Enrique Peña Nieto y las declaraciones coyunturales de integrantes del primer círculo presidencial, que suelen ser reactivas más que propositivas y se atascan en la duda de salir un paso adelante de previsibles crisis, sin duda, Carolina Monroy del Mazo pulsó el calibre de su declaración al colega Diego Badillo, reportero del diario El Economista.
“El PRI es el partido del presidente y nosotros estamos con él. Lo que nos interesa es acompañar de manera eficiente al presidente de la República”, dijo la prima de Enrique Peña Nieto, vísperas de rendir protesta como secretaria General del CEN del PRI.
Y esa fue, hasta que llegó Ernesto Zedillo a la Presidencia de México, la realidad en la mancuerna PRI-Gobierno, aunque la creciente crítica y descalificación derivó en aquellos priistas vergonzantes que negaron la existencia del cordón umbilical y se integraron en los cacicazgos regionales para influir en decisiones del reparto del poder local. El doctor Zedillo les dio manga ancha.
Cada quien su PRI, cada quien sus maquillajes y perversas confabulaciones que reñían con las decisiones del alto mando. Por eso las imposiciones y el anquilosamiento de los viejos políticos que negaron la creación de cuadros y, por tanto, impulsaron a imberbes delfines que hicieron pedazos al sector juvenil sometiéndolo a los dictados del dirigente nacional en turno.
Porque el factor juventud no es garantía de honestidad y democracia. Por ejemplo, por ahí pulula en negocios particulares, Canék Vázquez, quien asumió la dirigencia del Frente Juvenil Revolucionario del PRI mediante un albazo y luego fue un gris diputado federal en la LXI Legislatura, pillado en transas de tráfico de influencias. En fin.
Por eso es explicable que Ernesto Zedillo Ponce de León, en su momento y después de declarar la sana distancia con el tricolor, con todo y su invocada calidad para opinar en decisiones de la cúpula priista se negó a gobernar con el PRI a su lado.
Ya decíamos en este espacio que el doctor Zedillo es el priista que nunca fue y echó del gabinete cualquier influencia del partido, con la anuencia de sus colaboradores de origen priista. Y la vicepresidencia la ligó a su equipo más próximo que hizo negocios y apisonó su futuro.
Veamos algunos que concluyeron en el cargo al cierre del sexenio zedillista. En la Secretaría de Gobernación, Diódoro Carrasco Altamirano se fue a la oposición como panista distinguido. Rosario Green Macías, designada embajadora a Argentina, su cargo más reciente fue el de senadora; José Ángel Gurría Treviño, fue canciller y secretario de Hacienda emergente, sus relaciones lo llevaron a la presidencia de la OCDE; Luis Téllez Kuenzler, secretario de Energía, ha transitado entre el escándalo y la duda de sus servicios en la Bolsa Mexicana de Valores.
¿Alguno de ellos influyó realmente en las decisiones presidenciales? ¿Quién de los siete dirigentes nacionales que tuvo el PRI, entre 1994 y hasta el año 2000 cuando el tricolor pierde la Presidencia de la República puede jactarse de haber influido en el ánimo presidencial con derecho de picaporte?
Porque, mire usted, precisamente esa fue una mecánica utilizada por Zedillo para tener el control del partido: desechar la cartera de la Vicepresidencia de la República que históricamente se entregaba a la cúpula del PRI, ésta que operaba en el territorio nacional la política-política tendente a mantener el poder.
¿Hay alguna duda de que el doctor Zedillo negoció la entrega del poder? A estas alturas ofende al sentido común considerar que fue un acto demócrata del entonces presidente que se encargó de cobrar facturas con la idea de consolidar su figura, su gestión y pasar a la historia como el “Presidente Demócrata” y honesto.
La de Zedillo fue, indudablemente, una Presidencia sustentada en el centro de mando desde donde, sin influencias de personajes de peso específico en la política nacional, pudo operar la entrega de la Presidencia al Partido Acción Nacional, cuya dirigencia por su lado demostró incapacidad para gobernar al lado de Vicente Fox Quesada, primero y, luego, de Felipe Calderón Hinojosa, de suerte que repitió la historia, aunque en breve plazo, y devolvió la Presidencia al PRI.
La estrategia fue elemental, con eventuales dirigentes nacionales del PRI. Ignacio Pichardo Pagaza, primer presidente del CEN del PRI formalmente en el inicio de la administración zedillista, tuvo una gestión brevísima luego relevado por María de los Ángeles Moreno, quien duró un año en la presidencia priista. Le siguió en breve periodo Santiago Oñate Laborde, a quien sucedió Humberto Roque Villanueva, seguido de José Antonio González Fernández y finalmente, quien asumió la derrota electoral que implicó perder la Presidencia de la República, Dulce María Sauri Riancho.
Por supuesto, ninguno tuvo posibilidad alguna de estructurar una estrategia electoral y mucho menos armar los cuadros que irían al Congreso. Así es explicable que, en 1997, en la elección intermedia el PRI perdiera mayoría en la Cámara de Diputados y, mermada la bancada, el coordinador Arturo Núñez Jiménez sucumbiera frente a un grupo camaral encabezado por Porfirio Muñoz Ledo y Carlos Medina Plascencia, entre otros próceres de la oposición, y aceptara la creación del antecedente de la Junta de Coordinación Política, órgano que enterró a la Gran Comisión de la Cámara baja.
¿Cómo reaccionó Zedillo? No chistó. Que se sepa, no cuestionó a Núñez Jiménez, quien de plano se fue a la oposición perredista e hizo realidad su sueño de gobernar Tabasco.
Así que la Vicepresidencia de la República, la operación estrictamente política, la de los acuerdos, los consensos con la oposición ha vuelto al Comité Ejecutivo Nacional del Partido Revolucionario Institucional. La sana cercanía, refirió Manlio y adelantó que habrá recurrente consulta con el Presidente de la República.
Sí, como dijo la virtual secretaria General del CEN del PRI: “El PRI es el partido del Presidente y nosotros (ella y Manlio) estamos con él”. Conste.
MIÉRCOLES. Bien por la iniciativa de Ley de Disciplina Financiera de las Entidades Federativas y los Municipios, la enésima acción legislativa que pretende poner orden en el manejo de los dineros en los gobiernos estatales y municipales. ¿Por qué no investigan a los gobernadores que, sin ton ni son, han duplicado y hasta cuadruplicado las deudas de sus administraciones? El medio para frenar excesos, es la acción penal. No le demos vueltas. Digo
@msanchezlimon
Vanguardia Digital
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