Pudo ser una
mujer, seguramente muchas. “Es posible…”, me dice el director del Museo de
Altamira, José Antonio Lasheras en una interesantísima conversación sobre
Paleolítico y añade: “pero también lo contrario”. En cuclillas, bajo la cúpula
de roca, con poca luz y escrupuloso mimo, trazaron bisontes y ciervos heridos
hasta realizar la pintura rupestre más evolucionada que se conoce: los
Policromos de Altamira.
La razón por la
que hablo de mujeres con Lasheras tiene que ver con un estudio reciente. Un
arqueólogo, Dean Snow, ha analizado las huellas de manos encontradas en ocho
cuevas de Francia y España. Y ha descubierto que el 75% son femeninas.
Snow basó su
estudio en el trabajo del biólogo británico John Manning, que reveló que la
longitud relativa de los dedos de las manos es diferente en hombres y mujeres:
las homínidas solemos tener los dedos anular e índice de aproximadamente la
misma longitud, mientras que el anular de los hombres suele ser más largo.
Un día, Snow se
fijó en una huella humana de la famosa cueva de Pech Merle, en el sur de
Francia. “Pensé ‘madre mía, si Manning tiene razón, casi seguro que esto es una
mano de mujer”. Y comenzó su estudio de huellas. Hay que destacar que en la
mayoría de las cuevas con arte no hay manos; y que cuando las hay se
corresponden en general a un periodo intermedio, el gravetiense, y la mayor
parte del arte es posterior a ese periodo. Pero las huellas que investigó Snow
son mayoritariamente de mujer.
Lasheras avanza.
“No creo que haya ningún artículo dedicado a negar que las mujeres fueran
autoras del arte rupestre paleolítico, ni tampoco ninguno afirmándolo. Tampoco
recuerdo nada escrito que atribuya el arte en exclusiva a los hombres. Pero, —y
aquí es donde Lasheras dispara— salvo la ilustración que has elegido para tu
artículo (ver arriba) muy reciente, no recuerdo ninguna en la que el autor del
arte paleolítico sea una mujer, y esto es lo significativo y la consecuencia de
un actitud sesgada, discriminatoria y acientífica respecto a la mujer, como si
fuera una verdad evidente e incuestionable que el arte paleolítico fuera “cosa
de hombres”, como el Soberano“.
Sonrío, porque
no creo —Lasheras tampoco—que haya nada que pueda considerarse solo de hombres
o solo de mujeres, ni el coñac, ni los bisontes.
Pero el sesgo de
género al contar la prehistoria no solo resalta cuando aprendemos arte. Los
divulgadores crearon al “Hombre de las cavernas”, y presentaron a una mujer
relegada a funciones que en el S.XX se tildaron de segundo orden: cuidar de las
crías y hacer la comida. Y no. Las paleolíticas no se quedaban en la cueva
esperando la caza.
“Hace 15 años
cuando concebimos los conceptos de la exposición del Museo de Altamira,
compramos muchos libros de texto, escolares, de divulgación etc. y constatamos
que la mujer apenas existía al contar la prehistoria. No se mostraba y, cuando
lo hacían, se las veía, por ejemplo, aplaudiendo la llegada de los heroicos
cazadores cargados de animales, o cocinando, o cosiendo, o jugando con un niño
pequeño. Al mostrar que las mujeres del paleolítico solo hacían eso, cuando no
hay ningún dato que lo demuestre, crearon la falsa idea de que era así”.
Pero las
paleolíticas hacían de todo. “Al observar a las comunidades de
cazadores-recolectores en el Amazonas, el Chaco, tierras altas de Papúa Nueva
Guinea etc. vemos que su aportación a la dieta es más importante que la del
hombre, porque es constante. La recolección de frutos y pequeños animales es
diaria, mientras que la caza de un gran animal ocurre solo de vez en cuando.
Pero, además, en selvas centro africanas y orientales, la caza y pesca son
actividad en grupo, con redes y venenos, en las que participan igualmente
hombres y mujeres. Así pues no hay razón para pensar que las mujeres del
paleolítico no lo hicieran”.
Hay otras erratas
de género en nuestra idea de prehistoria. Por ejemplo, que las mujeres no
mandaban. Lasheras decidió corregirlo: “En el Museo de Altamira creamos una
figura de una anciana neandertal con muchas marcas de expresión en torno a los
ojos. Está sentada en el suelo, y levanta el dedo a un hombre joven que se
encoge de hombros y se disculpa. No damos explicación a la imagen,
sencillamente recreamos la opción de una mujer que advierte a un hombre, y él
pide disculpas. En el paleolítico las mujeres daban órdenes, pueden darlas y
deben darlas. Entonces, como hoy, ordenaban y regían el comportamiento y las
relaciones interpersonales de la comunidad”.
Hay otro mito
del que me encantará tratar en otra ocasión, y es el de la representación de la
familia como un hombre, una mujer y los hijos. “La monogamia tampoco fue
entonces una condición única, como no lo es ahora”.
Artistas,
cazadoras, líderes, mono o polígamas, también madres, por supuesto, y
cocineras… Las paleolíticas no eran diferentes a nosotras.
Queda algo que
Lasheras destaca, y es importante. Él lo llama “actualismo” y tiene que ver con
que a veces se atribuye al pasado características sesgadas, de género en este
caso. Se genera así un pasado falso y la ponzoña está en que a partir de ahí se
utiliza para justificar el presente. La idea de “la mujer en casa, con la pata
quebrada” no tiene justificación ancestral. Por más que algunos aún lo
intenten.
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