domingo, 16 de septiembre de 2012

EL NEGOCIO DE LA PRISIÓN. Por Mercedes Llamas



La semana pasada escribí un poco sobre la carga económica que representan los presos para el gasto público, hoy desarrollaré el otro lado de la moneda: ¿Cuánto reditúa la prisión?, ¿por qué es un negocio redondo? Evidentemente no existe cifra exacta del dinero que se obtiene a través de las prisiones por medio de cobros ilícitos a internos y a sus familiares; sin embargo, hace aproximadamente un año, se informaba en notas periodísticas que los reclusorios del Distrito Federal eran la caja chica del gobierno y que aproximadamente se obtenían 5 millones de pesos los días de visita familiar, aunque  no me atrevería a utilizar dicha cifra por la fiabilidad de las fuentes. A mi me resulta curioso que en las prisiones de México se lleven a cabo tantas visitas familiares a la semana. La normativa internacional penitenciaria no establece cuantas visitas puede recibir un interno; en algunos países se permiten una o dos, pero en México en la mayoría de los reclusorios llegan a ser hasta cuatro las visitas semanales. ¿Tiene el lector idea de lo que implica un día de visita en un centro de reclusión donde hay 12,000 internos? Cada interno puede tener un promedio de tres personas por visita, la población dentro de un reclusorio en día de visita puede ascender a 30,000 personas. 

Únicamente encuentro una respuesta para lo anterior: las visitas representan un ingreso seguro y extra para el personal penitenciario, así como para algunos reclusos. Víctor Payá explica que dentro de los reclusorios existe un procedimiento implícito a la vida institucionalizada a la que denomina “la lógica del pesito” la cual consiste en que por casi todas las acciones y actividades que realizan los internos, se les paga a los custodios una cantidad específica, desde el pase de lista, compra de dormitorios, posesión de artículos prohibidos como celulares, computadoras, puntas (objetos puntiagudos), armas, para evitar hacer la fajina (limpieza), transitar por áreas específicas del reclusorio, pasar de un dormitorio a otro, evitar algún castigo como el apando, comprar estudios de personalidad, etc. Los cobros no son exclusivos de los custodios, también existen las madrinas y los cabos (internos con cierto poder) a quienes generalmente se les paga por brindar seguridad y por algunos otros servicios. Lo complicado de la situación es que en este sistema de corrupción están inmersos la mayoría del personal penitenciario, desde los directores, subdirectores hasta los custodios, los internos y los familiares de estos. Según la tercera encuesta a población en reclusión en el Distrito Federal y el Estado de México del CIDE, cada visita paga $127.71 con el objeto de: poder ingresar al centro; para que la autoridad llame a su familiar y lo pueda visitar; para introducir ropa y comida, entre otros. Lo anterior implica que cada vez que el familiar quiera visitar a su interno, tenga que pagar alrededor de dos salarios mínimos para poder hacerlo. Como ya lo he mencionado, los internos que se encuentran en prisión en México, proceden generalmente de familias de bajos recursos. 

Son estas familias las que pagan cuotas extra-oficiales causadas por la corrupción y además tienen que cubrir necesidades de los reos (comida, ropa, enseres de limpieza personal) que el Estado, aunque está obligado a hacerlo, por su incapacidad, no lo hace. Todo  lo anterior fomenta que el interno incremente paulatinamente resentimiento social y odio a la autoridad, además de que los vínculos familiares se pueden deteriorar fuertemente por la carga económica que esto implica. Es necesario un replanteamiento del papel que juega la cárcel dentro de nuestra sociedad; el Estado mexicano debe dejar de extorsionar a las personas que se supone está reeducando y más aún a las familias de los mismos, las cuales, aunque no viven intramuros, son trascendidas por las consecuencias negativas de la pena privativa de libertad.

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