El sabio del siglo XX tuvo una vida personal llena
de zonas oscuras. Dos nuevas biografías, aún inéditas, presentan a Einstein
como un mujeriego que no supo mantener relaciones estables y sanas ni con sus
mujeres ni con sus hijos, uno de ellos esquizofrénico.
1931 con Charles Chaplin, Hollywood.
En 1931, Charlie Chaplin invitó a Albert Einstein al
estreno de la película Luces de la ciudad, con todo el glamour del Hollywood
dorado. El genio, vestido de frac, acudió con su mujer, Elsa, y se quedó
estupefacto cuando el público les dedicó una atronadora ovación al final de la
película. Un poco desconcertado, Einstein susurró a Chaplin sobre qué
significaban esos aplausos. “Nada”, respondió Charlot. “La gente me idolatra
porque todo el mundo me comprende, y a ti te adoran porque casi nadie te
entiende”.
El misterio acerca de este hombre de aspecto afable
y melena blanca, que reinventó la forma de mirar el universo y su
espacio-tiempo, aún perdura. Una leyenda urbana dice que los ojos de Einstein,
extraídos después de su muerte (el 17 de abril de 1955), están conservados
dentro de una caja de seguridad en un banco de Nueva York o de Nueva Jersey. Y
el patólogo Thomas Stolz Harvey, que realizó su autopsia, se quedó su cerebro
sin permiso guardándolo en dos jarras de cristal en su casa de Wichita, en
Kansas, durante 23 años. Perdió su empleo, pero se hizo famoso. Los científicos
han estudiado al milímetro estos pedazos, del tamaño de una chocolatina. No han
encontrado ninguna fisiología excepcional que aclare por qué la mente de Einstein
brilló como una supernova.
Un hombre brillante, pero sentimentalmente
inestable, que escribía intensas cartas de amor a las que serían sus esposas,
para tratarlas luego con dureza y desdén; que buscaba fogosamente la compañía
femenina fuera del matrimonio; alguien que se afeitaba mal, de escasa higiene y
pies sudorosos; que usaba la misma ropa cada día, roncaba alto y evitaba los
barberos, obligando a su miope esposa Elsa a cortarle el pelo. A pesar de su reconocimiento
internacional como pacifista, Einstein no veía con malos ojos la pena de muerte
para individuos “sin valor o peligrosos”, aunque se oponía formalmente a ella
por su desconfianza crónica en los seres humanos que la aplicaban ““lo que
valoro en la vida es la calidad más que la cantidad”“. Defendía el aborto como
derecho de la mujer y se oponía a la persecución de los homosexuales, excepto
en los casos en que “sea necesario proteger a la gente joven”. Está el hecho,
poco conocido, de que escribió incontables declaraciones juradas para ayudar a
los inmigrantes judíos que escapaban del horror nazi a entrar en América,
salvando probablemente cientos de vidas.
MERIDIANOS
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