miércoles, 4 de diciembre de 2013

Médula México 2013, la misma corrupción Por Jesús Lépez Ochoa

A un año del cambio de un gobierno del PAN por uno del PRI México no es ni más ni menos corrupto. La percepción que existe entre los mexicanos sobre la corrupción en el sector público no se ha movido y se mantiene en 34 puntos.
En su reciente informe sobre la percepción de corrupción en el sector público sobre 177 países correspondiente a este año, Transparencia Internacional posiciona a México en el rango 106, donde 0 es muy limpio y 100 altamente corrupto.
Nuestra nación comparte ese rango con Argentina y Bolivia, mientras Uruguay está en el rango 19 junto con Estados Unidos y Chile en el 22 con Francia.
En el nivel de percepción que se mide a la inversa, donde 0 es muy corrupto y 100 es muy limpio, México repite la misma cifra del año pasado, 34 puntos. La puntuación más baja es de ocho, misma que comparten Afganistán, Korea del Norte y Somalia. La más alta es de 91 que tienen Dinamarca y Nueva Zelanda, los menos corruptos del mundo.
Si los datos  resultan preocupantes, se agravan en el contexto de una nación que lleva tres décadas en un proyecto de desincorporación propio de las prácticas de la Nueva Gerencia Pública, mismas que según uno de sus principales impulsores en Nueva Zelanda, Christopher Hood, solamente funcionan en países con bajos niveles de corrupción.
En México hemos visto como la privatización de la banca terminó en un rescate multimillonario que estamos pagando todos los mexicanos, con la privatización de las autopistas fue igual y con la de Petróleos Mexicanos que el gobierno impulsa bajo el arcaico eufemismo de la modernización, no hemos visto que se propongan medidas para acabar con la corrupción en esa empresa del Estado ni las tendientes a amarrarle las manos a los empresarios que se beneficiarían de la Reforma Energética.
De acuerdo con otro reporte, el de Latinobarómetro, la corrupción figura entre las tres principales preocupaciones del mexicano, pero con apenas un seis por ciento, muy distante  del 28 por ciento que le preocupa la delincuencia y más lejos aún del 65 por ciento que le asigna a los problemas económicos.
Aunque el crecimiento de estos últimos tiene mucho que ver con lo primero, no es tan importante para nosotros disminuir la causa sino el efecto. Queremos que se resuelvan los problemas económicos y la delincuencia, pero tenemos poco interés en que se combata la corrupción que favorece a delincuentes fuera del gobierno y a los que existen dentro de éste haciendo negocios personales y afectando nuestra economía.
Lo bonito de ser ciudadanos es tener derechos, pero también contamos con obligaciones, entre  éstas, no fomentar la corrupción negándonos a ser extorsionados por la burocracia, no dando mordidas, denunciando a los corruptos y ser participativos.
La corrupción es un tema que no sólo se refiere a las prácticas del sector público, sino a la falta de ciudadanía en un país donde las malas costumbres se han vuelto leyes.
No pretendo con esto perdonar las triquiñuelas de los funcionarios y culpar a los ciudadanos de a pie porque  esa nefasta costumbre haya echado raíz en nuestro país, sino resaltar que se requiere mayor participación de la sociedad en la denuncia legal y pública para acabar con este flagelo, pues ante su persistencia, no habrá reforma que funcione.


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