La Reforma Política tal como se cocina actualmente en el Congreso de la Unión no ayuda en nada al avance de la democracia sino a la protección del pluralismo moderado excluyente que tenemos en el país desde 1997.
Los investigadores de FLACSO Ricardo Espinoza y Yolanda Mayenberg, describieron en 2001 que el pluralismo mexicano es moderado “porque un alto porcentaje de los votos se concentra en tres fuerzas políticas” –PRI, PAN y PRD- y excluyente porque son éstas “las que fijan las reglas para que dicha situación no se altere”.
De tal suerte que en elecciones la posibilidad de alternancia existe sólo en ese trío de opciones, sin que haya posibilidad para una cuarta.
El presente proceso de reforma parece confirmarlo, se aumenta a tres por ciento la meta de votación para que los partidos alternativos logren o mantengan su registro y se aprueba la reelección de diputados y senadores, lo que representa una medida de contención a fuerzas como el Movimiento de Regeneración Nacional, Movimiento Ciudadano, el Partido del Trabajo y las candidaturas independientes.
De esa forma el espectro político mexicano se mantendría entre las dos derechas representadas por el PRI y el PAN, y la cuestionada izquierda a modo en que “los chuchos” han convertido el PRD, sin espacio para las fuerzas más críticas de la oposición.
No hay que olvidar que tras la alternancia del año 2000 el PAN expresó que para consumar la transición se requería entre otras cosas, consolidar el sistema de partidos y un acuerdo político para conducir la nueva gobernabilidad “democrática”, lo que se traduce en la presente reforma política y el Pacto por México, que indican que quien está marcando la agenda en el nuevo gobierno es ese partido y no el PRI, que se ha desempeñado como mero operador de las cosas que no lograron hacer los gobiernos panistas.
La reforma política es el segundo retroceso para la realizada en 1977 con la que se buscó integrar a la izquierda revolucionaria al juego electoral y abrir así válvulas de escape a la tensión ciudadana. El primer revés fue la de 1986 que tuvo por objetivo evitar la ampliación del sistema de partidos, mismo espíritu que exhibe la que actualmente preparan nuestros legisladores.
Conviene recordarles, por cierto, que pese a las limitaciones puestas en el 86 que teníamos un sistema bipartidista, el PRD logró su consolidación en la década siguiente como ahora podrían hacerlo los partidos emergentes que tienen por líder moral a Andrés Manuel López Obrador, ante la insatisfacción con los gobiernos del PAN y el PRI caracterizados por aumento de la pobreza y la corrupción y un menor apoyo a la democracia.
No puedo obviar que los partidos pequeños son considerados como satélites de los grandes, pero la solución no está en su desaparición que acotaría aún más a la democracia, sino en su fortalecimiento, pues compiten en desigualdad de recursos como son los tiempos oficiales de radio y televisión lo que limita su crecimiento y reduce la competencia democrática por la vía electoral.
De esos partidos surgen propuestas como la reglamentación de la consulta popular y la revocación del mandato que no quieren ser tomadas en cuenta por los grandes partidos - con excepción en estos temas del PRD- pues los legisladores desean reelección con el argumento de que ésta sería la ratificación del buen desempeño por parte de los ciudadanos, pero rechazan que éstos puedan removerlos antes de concluir sus periodos cuando se desempeñan mal.
Ni siquiera quieren escuchar -menos obedecer a los ciudadanos que dicen representar- a través de una consulta vinculatoria.
De tal manera que el espíritu de esta reforma política es la protección al pluralismo moderado excluyente, sobre el que agrego a la explicación de Espinoza y Mayenberg, que es excluyente porque no toma en cuenta tampoco a los ciudadanos y busca frenar aún más la transición a la democracia reduciendo el espectro de la posible alternancia y la consolidación de un pluralismo más amplio.
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