Burne-Jones,
Roue de la fortune
Seductor, vulnerable o ideal. Sabemos cómo
somos desnudos, conocemos la monotonía de la anatomía, y sin embargo el cuerpo
del otro es un enigma, queremos mirarlo por curiosidad, por asombro o por
placer. La presencia de la desnudez, conocer ese ser en un estado de increíble
austeridad, tiene una implicación forzosa, un sentido que nos arrastra en sus
consecuencias: licencioso, santo o estricta anatomía, el cuerpo es
conocimiento. El cuerpo femenino está representado para la imaginación
masculina y en cambio el masculino está recreado para la imaginación
masculina. El desnudo femenino siempre
ha sido evidente y sujeto de limitaciones: no hay santas desnudas, despojarlas
del vestido, es despojarlas de pureza. En cambio el hombre sí tiene el don de
un cuerpo inviolable, la exposición total no solo lo preserva, lo consagra.
Esta virtud estética y moral hace que su representación sea un ideal en el que
la virilidad masculina se desdobla, se multiplica. Es lánguida y frágil, como
en la pintura del pre-rafaelista Edward Burne-Jones, La rueda de la fortuna, un
círculo eterno de cuerpos encadenados: la anatomía es destino.
El
hombre poderoso, el ideal social llega al extremo de la deformación, Arno
Breker crea el hombre que contenía la estética de la irracional superioridad
del nazismo, la demagogia del cuerpo, esculturas de gigantes que gobernarán al
mundo, súper héroes de espaldas que son muros, piernas que son torres y
contrasta el monumental conjunto con las manos que se abren en una danza. San
Sebastián, el soldado que elige en qué ejército quiere luchar, hace de su
cuerpo el símbolo de su causa, su fe le da valor y lo lleva al martirio, los
arqueros penetran sus flechas en su cuerpo desnudo. Las obras que recrean este
romanticismo místico aspiran a la sensualidad de la entrega, de la disposición
al sacrificio, se ensañan en la plenitud de la belleza imberbe, adolescente:
“Me azotaría hasta hacerme sangrar/ y después de horas y horas de plegarias/ Y
tortura y deleite/ hasta que mi sangre rodeara la lámpara…” invoca extasiado
T.S Eliot en su Canción de amor a san Sebastián. El dolor ejemplar nos pone de rodillas, Ángel
Zárraga no pinta la anécdota, pinta el mito, Sebastián ya es motivo de
adoración, puede recibir una felación o una ofrenda.
www.avelinalesper.com
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