Uno de los descubrimientos
más asombrosos es, a no dudarlo, el realizado en México por el arqueólogo
Alberto Ruiz Luillier, el año de 1952, en la Pirámide de Palenque, en el Estado
de Chiapas, que ha merecido ser divulgado ampliamente, en todo el mundo, por la
prensa, la radio y la televisión, conmoviendo profundamente a todos los
círculos científicos especializados. Es el caso que muchos han denominado
“enigma del Hombre de la Máscara de Jade”.
En la mencionada Pirámide de
Palenque, fue descubierto el sarcófago con los restos momificados de un ser a
quien los Mayas habían adorado como el dios Kulkulkan. Estaba rodeado por todos
los atributos de la divinidad en el culto milenario de esa raza, llevando el
rostro cubierto por una fina máscara de jade y oro. Pero lo más notable del
hallazgo lo constituye la piedra sepulcral que tapaba esa tumba: es una losa
monolítica de 3.80 metros de largo por 2.20 metros de ancho, con un espesor
promedio de 25 centímetros y un peso de seis toneladas, en la que se encuentra
esculpida nítidamente la figura de un hombre sentado en el interior de una
máquina que guarda extraordinario parecido con las cápsulas espaciales empleadas,
actualmente, por nuestros cosmonautas. La escultura maya muestra a ese hombre
en actitud de manejar dicho artefacto; tiene ambas manos en las palancas de
comando, claramente representadas, y el pie derecho pisando un pedal. Lleva la
cabeza con un extraño casco y un vástago del mismo, a manera de tubo o
manguera, está aplicado a la nariz. El diseño de todo el conjunto comprueba la
evidente intención de reproducir los complicados mecanismos de una nave
espacial, con sorprendente similitud a las que hoy usamos en la Tierra, pues se
ha cuidado hasta el detalle de la expulsión de gases, o fuego, por la parte
posterior del artefacto.
Por todo el mundo han
circulado las fotografías y dibujos de tan extraordinario descubrimiento. Está
de más decir que tanto la momia, como el sarcófago y los objetos encontrados en
la tumba, fueron sometidos a todas las pruebas con que nuestra ciencia actual
puede determinar la autenticidad y antigüedad de los mismos, y los resultados
de esas pruebas, incluso las del carbono 14, rindieron un veredicto irrefutable
y desconcertante: ¡El Hombre de la Máscara de Jade y la piedra esculpida con
tan extrañas figuras datan de hace 10 mil años…!
Además, de las
investigaciones realizadas se desprendió, también, que el personaje enterrado
bajo aquella enigmática losa no era de raza maya. Su morfología y la estatura
de la momia eran notablemente distintas a las de los mayas. El “Dios Kulkulkan”
–como lo denominaban– tuvo una talla de 1.72 aproximadamente, y caracteres
raciales marcadamente distintos a los de los antiguos pobladores de lo que,
después, fue México y la América Central.
Para muchos, esta es una
prueba más que nos dice claramente que hubo un contacto más que cercano entre
gentes de otros mundos y nuestros antepasados. Para otros, la lápida tan solo
es una representación del momento de la muerte y el descenso a los reinos del
inframundo.
En el detalle de la lápida
se pueden ver con claridad algunos detalles, como la estructura metálica del
artefacto, con tornilleria y cableado.
En la parte baja se
representa el fuego que sale del artefacto y en los laterales el humo que
desprende.
Las palancas de mando en sus
manos y un pedal en el pie derecho más la especie de máscara en la nariz del
tripulante.
A parte, diseminados en el
relieve aparecen diferentes objetos no demasiado identificables pero que
parecen más típicos de nuestra época que no de hace miles de años.
En la mayoría de las antiguas
civilizaciones del continente americano existen muchas pruebas de ese contacto
con Dioses venidos de los cielos y a día de hoy, nadie a podido explicar porque
eran poseedores de ciertos conocimientos en cosmología, medicina, arquitectura,
etc.
¿Fueron estos Dioses también
sus maestros?
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