Un santuario colosal de
ideas y quimeras, tan inútil como bello, que parece el escenario de las
aventuras de la Alicia de Lewis Carroll. Construidas, a lo largo de 20 años,
con cemento Portland tipo 1, hay 36 estructuras que parecen trampantojos de
Escher: escaleras que no llevan a ninguna parte, columnas que soportan el peso
infinito del aire, puertas al campo, flores inverosímiles, anillos o
estructuras góticas y egipcias. Este capricho estrafalario se llama Las Pozas,
aunque en el pueblo se refieren a él como «el jardín del inglés», porque su
creador se llamaba Edward James y era un aristócrata millonario envenenado por
las alucinaciones de su propio inconsciente. Tímido, esteta, terco, atractivo e
inteligente, fue el olvidado catalizador de artistas principales de la
vanguardia.
En los años 40 del siglo
pasado, huyendo de la guerra y de un matrimonio desastroso, este escocés
acaudalado y excéntrico quedó fascinado por las cascadas del arroyo de La Conchita.
Mientras nadaba desnudo, vio descender por la cañada una gran nube de mariposas
monarca que cubrió el cielo, creyó que eran ángeles tutelares, de manera que
compró 40 hectáreas de selva a dos kilómetros de un pueblo cafetalero y decidió
erigir su fantasmagoría como, 400 años antes, había hecho Vicino Orsini en el
sacrobosco de Bomarzo, cerca de Roma.
Después de viajar por medio
mundo con su mascota, una boa constrictor, James encontró la paz en la jungla
mexicana de la Huasteca potosina, creando un universo de quimeras surreales y
un edén de orquídeas exóticas. Más de 18.000 quedaron arruinadas por una helada
en 1962. Fue entonces cuando James quiso construir la belleza sobre pilares que
ni los elementos ni el tiempo pudieran corroer. Adoptó a la familia de Plutarco
Gastélum y convirtió a este indio yaqui en su Sancho Panza.
Allí, en la jungla, fue
proyectando su laberinto interior, su compulsivo mundo emocional, sus fantasías
oníricas: una casa modular sin suelo y sin techo, pero con puertas y ventanas
abiertas al buen tuntún, pasillos y escaleras, arcos invertidos y columnas
delirantes, una casa sin paredes que servía de morada para los pájaros, las
mariposas y las serpientes. En uno de los muros escribió a lápiz: «Mi casa
tiene alas y, a veces, en la profundidad de la noche, canta».
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