Moisés Sánchez Limón |
Andrés Manuel López Obrador suele incurrir en actos de
premeditado conocimiento público, es decir, su proceder se encuadra en la vieja
praxis de engañar con la verdad. Por ello, puede darse como un hecho que no se
alzará como dirigente máximo del Partido de Regeneración Nacional (PRN).
Y es que, aun cuando es procedimiento cosmético no buscar la
dirigencia nacional del PRN, López Obrador se entronizará como máximo líder del
partido político en el que se convertirá el Movimiento de Regeneración Nacional
(Morena).
La ruta en pos del registro ante el Instituto Federal
Electoral comenzará de inmediato, a partir de este martes 20 de noviembre
cuando, como se prevé sin duda alguna, los delegados asistentes al Congreso
Nacional de Morena determinarán convertir al movimiento en partido político. La
convocatoria para tal decisión, también fue cosmética.
Y es que, ¿habrá alguien que, militante o simpatizante de
Morena se niegue a erigir al movimiento en partido político y que Andrés Manuel
sea el líder máximo, no necesariamente el secretario general o presidente del
Comité Ejecutivo Nacional o como se le quiera llamar?
Sin duda, el futuro de Morena va más allá de la pretensión
primaria de incorporarse al sistema de partidos que rige a la democracia
mexicana. El objetivo es elemental, una perogrullada más de esas que suele
atizar López Obrador, quien indudablemente buscará por tercera ocasión ganar la
elección presidencial, nominado por un partido sin gozne alguno que le dispute
la nominación en 2018.
Empero, en la idea del partido impoluto, vacunado contra
tribus, corrientes domésticas, compadrazgos, amiguismos, corruptelas y vicios
como los que al PRD dieron la calidad de partido del todo o nada, radical y
violento, López Obrador borda en la aventura de lo imposible, porque justamente
quienes lo rodean e impulsan a Morena, son producto de todos esos vicios.
¿Partido de izquierda con dirigentes que viven como capos de
primer mundo? ¿Un partido donde no tengan cabida los compadrazgos y amiguismos?
Como se sabe, en las dirigencias estatales o delegados de Morena de las principales
entidades del país, hay amigos, familiares y personajes de sobrada proximidad
con el tabasqueño.
Por supuesto, se dirá que un partido político se construye
con quienes simpatizan en la cercanía del convocante, del líder. Sí, pero
precisamente bajo esa premisa permisible en estos menesteres de la política, es
donde la vieja práctica de engañar con la verdad evidencia a Andrés Manuel
López Obrador en la fantasía del partido prístino, vacunado contra todos los
males que aquejan a los partidos políticos en cualquier parte del mundo.
Pero, vayamos más allá. Partamos de que a Morena se le
concede el registro como partido político (condicionado por cierto) para
participar en los comicios intermedios de 2015 y luego los federales (presidenciales)
de 2018. ¿Lo hará como un partido de izquierda? ¿Regeneración implica por
antonomasia anarquismo floresmagonista? ¿O sencillamente se mantendrá en esa
postura fundamentalista del todo o nada, la de la verdad soy yo?
Los 300 integrantes del Consejo Nacional de Morena elegirán
entre lunes y martes de esta semana a su dirigencia nacional, es decir, al
presidente y al secretario general del Partido de Regeneración Nacional.
Quienes ocupen esas carteras, es lo de menos, incluso si lo es López Obrador,
porque finalmente él es el partido. De eso no hay duda.
La duda es la ruta que tomará el nuevo partido; más tratándose
de un instituto político que, con recursos públicos, estará en condiciones de
ser gobierno en algunas entidades y hasta bancada en la LXIII Legislatura
federal en la Cámara de Diputados. De los fundamentalismos, la humanidad está
aterrada; de la izquierda intolerante, hay hastío. Y de la regeneración se
esperaría eso: una regeneración del sistema político, no el anarquismo que
tiene tufo a caos político y social. Digo.
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