Ayotzinapa es un ícono, es un referente obligado de lucha, de tenacidad, de coraje, de terquedad. En términos geográficos diríamos que es una rugosidad anclada en Tixtla. La primera vez que visité la Normal de Ayotzinapa fue por el año de 1989. Me había trasladado de Tecpan a Chilpancingo a realizar una maestría en matemáticas educativas en la Facultad de Matemáticas de la UAG, hoy UAGro. Tuvimos un curso con la Dra. Celia, cubana ella, y al término de éste, organizamos un convivio en un restaurante a unos cuantos metros de la normal, al terminar, el compañero Enrique propuso que fuéramos a conocerla. No recuerdo si él fue egresado de ahí, pero palabras más palabras menos dijo: Dra. Celia, no se puede usted regresar a Cuba sin conocer a una de las normales más combativas del país, de ahí surgió Lucio Cabañas, el guerrillero. Seguramente la Dra. Celia, con su adoctrinamiento revolucionario cubano, le llamó la atención y nos trasladamos a la Normal. Me llamó la atención su construcción antigua con facha de casco de hacienda. Ya no recuerdo más. Con el tiempo, escuchar el nombre de Ayotzinapa se me hizo cotidiano. Mucho tiempo después, volví a entrar cuando mi compadre Humberto fue Director.
Chilpancingo y la autopista que la cruza de norte a sur, han sido la caja de resonancia de sus luchas, de sus movilizaciones: marchas, bloqueos, plantones, toma de la caseta, etc., sus consignas de siempre: plazas para todos y mejores condiciones de estudio. Siempre me llamó la atención su decisión, tenacidad, audacia y valor para realizar sus acciones de lucha. Heridos, descalabrados o muertos, nada los detenía, ni los detiene; más de uno de sus directores terminó trasquilado y corrido. En noviembre del 2011, dos normalistas muertos en la autopista, en septiembre del 2014, 43 de ellos desaparecidos, y tampoco eso los amedrenta, los acobarda, los detiene; al contrario, parecen más decididos. ¿De qué están hechos estos jóvenes que están decididos a ofrendar su vida por un México mejor? Será porque no tienen nada que perder. Vitupereados y maldecidos por unos, pero bendecidos y apoyados por muchos más, y ahora a nivel nacional e internacional. Dicen que cuando alguien está dispuesto a morir, nada lo detiene.
El libro comprende 43 ensayos excelentes, de 43 periodistas. Cada ensayo está contextualizado a la vida de cada uno de los normalistas desaparecidos. Al final de la lectura, se da uno cuenta que es una misma historia, que los alumnos de la Normal de Ayotzinapa comparten la misma historia de vida: pobreza extrema, familias numerosas, hambre, sin futuro que no sea el de peones, jornaleros, policías o soldados; es decir, son los excluidos y desechables, los sin techo, los sin tierra, los sin nada. Y como no tienen nada, lo poco que les ofrece la Normal: techo, comida, educación y una profesión, lo es todo. Algunos llegaron a realizar su examen y su semana de adaptación con veinte o cincuenta pesos en la bolsa, es decir, llegaron con los bolsillos de los pantalones vacíos, y para poder hacer el viaje hasta Ayotzinapa, los padres se tuvieron que endrogar o vender parte de su patrimonio; un par de gallinas, un marrano, un bulto de maíz. Pero no eran cualquier estudiante, eran los mejores de su generación; deportistas, sanos, estudiosos, disciplinados, con aficiones a la música o al deporte, algunos con hijos, otros con amores. Y a todas esas virtudes, la Normal les sumó lo combativo, los concientizó. Después de su semana de adaptación y regresar a sus casas por un par de días, los padres los notaron diferentes, ya no eran los mismos, habían cambiado y querían cambiar todo.
Leer el libro me aclaró muchas dudas, por eso la defienden a costa de su propia vida, por eso no ceden, pues es lo único que les queda para salir de la pobreza.
Su mayor acto de rebeldía consistió en querer ser maestros, para educar a los excluidos.
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