Revolución,
escucho esa palabra constantemente en boca de vándalos simplones ataviados
hasta los cojones con imágenes del Ché Guevara y portando el Manifiesto del
Partido Comunista bajo el brazo, como si del Nuevo Testamento se tratara. Defendiendo
su derecho a fastidiar a la ciudadanía bajo la excusa de que son esclavos
conformistas de la maquinaria capitalista neoliberal, que debe ser rescatada
del tiránico status quo impuesto por las transnacionales y la mafia en el
poder, o cualquier otra perorata paranoica de ese estilo. Mientras con picos, palos y piedras, se pasan por sus
delicadas y poco asoleadas gónadas, la carta de derechos, la constitución, la
declaración universal de los derechos humanos, el maldito Manual de Carreño y
cuanto puñetero documento que a lo largo de la historia hemos escrito los
humanos para intentar no comportarnos de formas tan bestiales con nuestros
pares.
Estoy
harto de la palabra revolución, o mejor dicho, de la falsa idea que unos
pendencieros indisciplinados se han formado de la revolución: una lucha
radicalizada, basada en bloqueos, ataques, plantones y temor infundido a la
población al amparo y anonimato de un pasamontañas para proteger el rostro de
la ingobernabilidad y dejando salir las peores aristas de nuestra naturaleza,
defendiendo las opiniones de unos, pero haciendo oídos sordos a las propuestas
de otros, ignorando el hecho fundamental de que una verdadera revolución, un
verdadero cambio en las maquinarias sociales no es imponer una idea, sino
transformarla mediante el consenso de las partes en conflicto.
La
lucha también se puede pelear de formas mas sutiles pero efectivas, golpeando
con ira las teclas de una maquina de escribir, redactando acerca de la verdad,
de nuestra realidad, cruda y descarada como suele ser. Educando a las nuevas
generaciones para que lo hagan mejor que nosotros, aprendiendo de nuestros
errores para encaminarse sin temor hacia el futuro incluyendo, no dividiendo,
construyendo sobre los cimientos del pasado, no incendiando edificios que a
final de cuentas no son el régimen en si mismo si no solo cascarones inanimados
cuya reconstrucción tendremos que pagarlas todos.
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