viernes, 26 de abril de 2013

ESTOY HARTO DE LA PALABRA REVOLUCION. POR JOSE M. GOMEZ




Revolución, escucho esa palabra constantemente en boca de vándalos simplones ataviados hasta los cojones con imágenes del Ché Guevara y portando el Manifiesto del Partido Comunista bajo el brazo, como si del Nuevo Testamento se tratara. Defendiendo su derecho a fastidiar a la ciudadanía bajo la excusa de que son esclavos conformistas de la maquinaria capitalista neoliberal, que debe ser rescatada del tiránico status quo impuesto por las transnacionales y la mafia en el poder, o cualquier otra perorata paranoica de ese estilo. Mientras con  picos, palos y piedras, se pasan por sus delicadas y poco asoleadas gónadas, la carta de derechos, la constitución, la declaración universal de los derechos humanos, el maldito Manual de Carreño y cuanto puñetero documento que a lo largo de la historia hemos escrito los humanos para intentar no comportarnos de formas tan bestiales con nuestros pares.

Estoy harto de la palabra revolución, o mejor dicho, de la falsa idea que unos pendencieros indisciplinados se han formado de la revolución: una lucha radicalizada, basada en bloqueos, ataques, plantones y temor infundido a la población al amparo y anonimato de un pasamontañas para proteger el rostro de la ingobernabilidad y dejando salir las peores aristas de nuestra naturaleza, defendiendo las opiniones de unos, pero haciendo oídos sordos a las propuestas de otros, ignorando el hecho fundamental de que una verdadera revolución, un verdadero cambio en las maquinarias sociales no es imponer una idea, sino transformarla mediante el consenso de las partes en conflicto.

La lucha también se puede pelear de formas mas sutiles pero efectivas, golpeando con ira las teclas de una maquina de escribir, redactando acerca de la verdad, de nuestra realidad, cruda y descarada como suele ser. Educando a las nuevas generaciones para que lo hagan mejor que nosotros, aprendiendo de nuestros errores para encaminarse sin temor hacia el futuro incluyendo, no dividiendo, construyendo sobre los cimientos del pasado, no incendiando edificios que a final de cuentas no son el régimen en si mismo si no solo cascarones inanimados cuya reconstrucción tendremos que pagarlas todos.

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