No
hay ninguna base científica para apoyar la afirmación
de
que los restos encontrados el 26 de septiembre de 1949 en la
iglesia
de Santa María de la Asunción, Ichcateopan, Guerrero,
sean
los de Cuauhtémoc, el último emperador de los Mexicas,
y
defensor heroico de México-Tenochtitlan
Eduardo Matos
De 1521 al 2017 México
ha sufrido toda clase de invasiones, En 1822 durante el gobierno de Iturbide se
descubre una conspiración organizada por los generales españoles; Francisco
Lemaur y José Dávila, son apresados. En Octubre de 1824 se promulga la
Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos.
A partir de ese tiempo
convulso, se suceden invasiones y motines de: españoles, franceses,
(1838-1839), norteamericanos (1846-1848) y durante el periodo revolucionario
(1916) una vez más los gringos meten las manos en México.
Pero lo más extraño en
los tiempos modernos es que las subsiguientes invasiones son toleradas por los
mismos mexicanos.
De ahí que cada 28 de
febrero, fecha en que temiendo una conjura en su contra, Cortés lo mandó matar.
Cuauhtémoc es un símbolo de la resistencia mexica contra los conquistadores
ibéricos.
La verdad sobre que sus
restos fueron encontrados en Ixcateopan, Guerrero, fue una chuscada histórica,
investigadores del INAH han desmentido a Eulalia Guzmán sobre la autenticidad
de los restos de Cuauhtémoc.
En lo que radica el
espíritu de Cuauhtémoc, es en su progresiva presencia siglos después: El hijo
de Ahuizotl y futuro símbolo de la resistencia mexica en Tlatelolco, nació en 1496 y fue educado en el Calmecac.
Tras la muerte de Cuitláhuac por viruela, ascendió al máximo grado en la escala
de la teocracia mexica como Huey Tlatoani
mediante un sesgo coyuntural y en momentos difíciles.
Las leyendas que se han
tejido en torno a su captura, el tormento de quemarle los pies y las manos para
que confesara el lugar donde se encontraba el tesoro de los dioses-reyes
mexicas, al igual que a Tetlepanquetzaltzin forma parte de un imaginario
simbólico nacional vidrioso.
Haber sido colgado o no,
en Xicalanco, en 1525, tampoco le resta mérito.
Una vez que la
soldadesca sació su sed de venganza en el “último emperador azteca”, no se supo
nada de sus restos y donde fueron a parar.
El 26 de septiembre de
1949, siendo gobernador de Guerrero Baltazar R. Leyva Mancilla, Eulalia Guzmán
declaró la existencia de los restos de Cuauhtémoc en Ixcateopan y prorrumpe la
verdad histórica, refutada por expertos en esos mismos días. Y nace el mito.
La paradoja es que
tanto la muerte de Cuauhtémoc, como las de los 43 estudiantes de Ayotzinapa,
pertenecen a esta endeble hilatura de mentiras oficiales.
Los restos encontrado
en el río San Juan, un fémur carbonizado no corresponde a los cuerpos de 43
jóvenes indígenas guerrerenses. Como tampoco la osamenta encontrada en
Ixcateopan, “en el lugar del algodón divino”. Los testimonios de Bernal Díaz
del Castillo, Hernán Cortés en sus Cartas de Relación, de Francisco López de Gomara dan señales relativas
al tormento y se remontan a la anécdota cuando Cuauhtémoc le muestra su puñal a
Cortés y le pide que lo mate.
Lo extraño es que
durante tres siglos de coloniaje, los restos de Cuauhtémoc hayan sido olvidados
y borrar toda huella de la cultura astronómica mesoamericana.
Lo trascendente de
Cuauhtémoc es su vigencia. Tlacatecatl de la resistencia renace ante la nueva
invasión. Ayer los arcabuces, hoy consorcios y tratados de libre comercio. Ayer
oro, hoy petróleo; oro, selvas, costas, montañas y sus recursos.
Ayer alabardas, hoy
fusiles automáticos.
Igual que ayer y hoy,
mentiras oficiales; a Cuauhtémoc lo enterraron en Ixcateopan, los 43
normalistas fueron incinerados en el río san Juan, en Cocula, Guerrero.
De la osamenta de
Cuauhtémoc, un esqueleto de mujer, de un estudiante incinerado, cuatro dientes.
En ambos casos el fuego fue el elemento.
A Cuauhtémoc y Tetlepanquetzaltzin
les quemaron pies y manos. El último emperador mexica quedó cojo. Y la verdad histórica la dijo Rubén
Figueroa Figueroa: “todo cae por su
propio peso, esperamos que hagan pronto su trabajo y digan que aquí está
Cuauhtémoc para que puedan regresar a la
capital, pero con cabeza…”. La otra, se la dijo de frente a la nación Murillo
Karam.
De los estudiantes desaparecidos han intentado borrar toda huella capaz de ser detectada por el carbono 14. Los normalistas fueron incinerados con llantas y leños.
Cuauhtémoc y los
estudiantes, representan símbolos de resistencia ante los invasores
norteamericanos. Migrantes mexicanos que han sido y serán separados, el padre
de la esposa, del hijo y del espíritu de la mexicanidad. Es una ofensa, un ataque directo al corazón de la nación
mexicana. En cada migrante tratado como delincuente, está Cuauhtémoc y el
espíritu de 43 jóvenes indígenas guerrerenses. Ni más ni menos.
Ya esta escrito. Sobre
la piedra roja de la sangre Cuauhtémoc vive en cada mexicano detenido por la
migra, en cada mexicana violentada por los sheriffs gringos. Los 43 resucitan
en los corazones de los mexicanos dignos, de los guerreros de la palabra.
Cuauhtémoc vive en las 56 etnias abandonadas y entre los pobres de zonas
urbanas. Es un campesino yaquí despojado. Un jornalero agrícola explotado en
San Quintín.
Los que no merecen nada
son los tlaxcaltecas de corbata. Los exterminadores de hermanas y hermanos, de
abuelos y tíos. Los que desde su mirilla de desprecio venden la riqueza de
México por un plato de lentejas. Amparados en senaduría, diputación, secretaría
de estado, hacen negocio con el oro lanzado al fondo del lago de Texcoco por los
guerreros de Cuauhtémoc. Nuevos
tlaxcaltecas de pipa y guante. Consentidos de los medios masivos.
Cuauhtémoc, el mito,
vive. Como los normalistas, no los han enterrado en ningún pedazo de barro. No
importa dónde estén los restos de Cuauhtémoc. “Único héroe a la altura del
arte”. Cuauhtémoc somos todos. Cuauhtémoc es el viejo despojado de su salario.
El joven sin trabajo. Las indígenas acusadas de secuestrar policías, el niño
incinerado en la Guardería ABC: Cuauhtémoc, octavo Huey Tlatoani de México-Tenochtitlan, somos todos.
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