…que en
cierta ocasión, el maestro, poeta y escritor Celedonio Serrano Martínez, invitó
a su hijo Raúl para que lo acompañara a un paraje en donde desde tiempo atrás
había construido una cabaña y cultivado árboles frutales que constituían una
huerta que daba matices de verdor en las faldas que descienden desde Xomislo hasta
topar con el “riachuelo Coxtlapa” que fluye en las inmediaciones de la ciudad
de Tixtla de Guerrero. En el amanecer del siguiente día, ambos caminaron rumbo
al lugar conocido como El palito verde.
Dado que
nunca falta un “yo lo oí”, se sabe que cuando estuvieron repuestos del esfuerzo
que habían hecho para llegar a su destino, el maestro Celedonio, a manera de quien
realiza un ritual, se abocó a entregar: pala, pico y barreta a su hijo al tiempo que lo instruía
cómo usarlos y dónde debía trabajar para hacer las concavidades que arbustos de
aguacate, limoneros, limas y demás plantas frutales necesitaban para conservar la
humedad y protegerse de corrientes acuosas.
Y he aquí
que, al transcurrir algunas horas en las que habían aflorado voluntad y
esfuerzo de progenitor e hijo, Raúl, acosado por los estragos de cansancios y
lastimaduras, mostró sus manos impregnadas de ampollas a su padre, pero éste
lejos de considerar el estado deplorable de su muchacho citadino, le dijo:
“Por eso te mostré que pala, pico y barreta
se agarran fuertemente para que no haya fricción que provoque lastimaduras;
pero no te preocupes, las ampollas se reventarán y no sentirás esa incomodidad
y dolor que te causan ahora… Te recomiendo que te orines en ellas para evitar
una infección, y sigas trabajando para que no se enfríen tus manos… ¡Debes
apresurarte porque aún te falta mucho para terminar tu tarea!”
Se dice
que, sin el menor ánimo de contrariar a su padre abocado en socavar la tierra,
Raúl se concentró en su trabajo sobreponiéndose al cansancio y el dolor
aposentado en sus manos de catrín. Pero al fenecer la tarde, cuando hubo
concluido su trabajo y guardado los utensilios de labranza, fue ante su padre a
quien encaró y a boca de jarro le preguntó:
,
-
¡Papá!,…
¿puedo saber para qué me trajiste a trabajar en tu huerto y por qué ese empeño
de hacer zanjas y procurarle tierra a las plantas a costa del esfuerzo que he
realizado por no estar acostumbrado a las labores del campo?
-
¡Sí, mi
queridísimo hijo!, te he traído para que aprendas a cultivar la tierra! –dijo
en tono enfático don Celedonio Serrano-, y el esfuerzo y dolor que hoy has
experimentado se conviertan en cariño hacia este lugar que habrá de ser tuyo.
La
respuesta sacudió emocionalmente a Raúl, no tanto por el anuncio que lo hacía
casi propietario de lo que con ahínco había cultivado su padre, sino por la
inducción paternal que pretendía
arraigarlo a la tierra y los frutos que de ella se obtienen.
Dicen… que
esta confidencia familiar, jamás contada, se acurrucó y floreció en los oídos
de sus amigos, quienes, incentivados por los sorbos dados a aguas de las
verdes matas y los ecos de acordes de una guitarra, participaban en una
convivencia impregnada de anécdotas,
canciones, poemas, epigramas y pasajes chuscos. Y que cuando las sombras
de la noche inundaron el paisaje pueblerino, rememoraron la obra literaria del maestro de literatura,
poeta y prosista, don Celedonio Serrano Martínez, ciudadano asentado en Tixtla
de Guerrero; recordaron al hombre probo originario de La Puerta de Arriba, hoy
Puerto de Allende Municipio de Tlalchapa en la Región de Tierra Caliente;
evocaron pasajes y contenido de sus libros: El Coyote, El Cazador y sus Perros,
El Corrido no deriva del Romance Español y El Empautado; atrajeron asomos de su entrega pedagógica en
el ámbito normalista; y revivieron facetas
de cómo había sido, y cómo se le había mirado en los últimos años de vida
acompañado de su esposa doña María de la luz Nava cuando transitaban por las
calles de la ciudad o acudían a El palito verde… Los ánimos
vivenciales consumieron la noche, y cuando el canto de los gallos anunció el
rosicler, hubo un “hasta pronto” generalizado en afueras del hogar de Raúl y su
esposa Sol.
Hoy, a
muchos años de aquel ayer, “no están
ustedes para saberlo, ni yo para contarlo” pero deben saber que la huerta
del maestro Celedonio Serrano se ha visto incrementada con renuevos de frutales
y magueyes que crecen acicateados por el esmerado cultivo de Raúl:
profesionista, trovador y amigo de prosapia arraigada en el terruño tixtleco.
* El maestro en Ciencias, Margarito López Ramírez, es miembro del Consejo de Administración de "Suriana" La Revista de Guerrero y de Grado Cero Press.
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