No hay que espantarse por la propuesta de Andrés Manuel López Obrador de cercar pacíficamente los Congresos de la Unión y de los estados. El poder Legislativo sea nacional o de las entidades, ya está cercado por el Pacto por México.
Debemos reconocer que la separación de poderes es no sólo frágil, sino meramente simbólica en nuestro país, lo que resta calidad a nuestra democracia sustentada en simulaciones y eufemismos.
Éstos obligan a la interpretación constante de simbolismos para poder discernir lo que en realidad dicen nuestros gobernantes y lo que en verdad harán. Entre el decir y hacer de nuestra clase política dominante, es común la existencia de un abismo de incongruencia.
Por decir, cuándo Enrique Peña Nieto dice a los damnificados por los meteoros Ingrid y Manuel en Guerrero: “Acapulco está de pie”, podemos inferir sin mucho temor a la equivocación que las visitas presidenciales por este evento a ese municipio terminaron y que el resto de las acciones (la millonaria reconstrucción de las zonas devastadas) serán operadas desde el centro del país.
No sobra decir que el centralismo es uno de los factores de involución democrática que estamos viviendo con el regreso del régimen priísta. Si no lo cree pregúntele a los alcaldes de los 74 municipios afectados que Peña relegó en la contingencia, que le digan como el reparto de los recursos para la reconstrucción será –por decisión presidencial- a través del gobernador violando el artículo 115 constitucional. Está claro además el viejo rasgo autoritario de sustitución de las leyes.
Pocos medios de comunicación se atreven a cuestionar lo anterior. Algunos forman un cerco mediático en torno a este tipo de asuntos.
De igual manera las cúpulas partidistas tienen cercados a los legisladores desde hace meses, pues con el Pacto por México son los dirigentes y el titular del poder Ejecutivo quienes legislan, convirtiendo a los legisladores en meros legitimadores de sus acuerdos cupulares, por lo que el dichoso pacto es considerado un golpe de Estado técnico que se extiende, obviamente, a los congresos locales.
Un grupo de ciudadanos cercando recintos legislativos para defender el petróleo mexicano no debe de preocuparnos, decíamos, y es que en el país existen infinidad de cercos que sí resultan nefastos. Satanizar la protesta social es contribuir a la regresión al autoritarismo, que ya estamos viendo en otros aspectos de nuestra vida política.
Otro tipo de cerco
A propósito de cercos y simbolismos, la famosa fotografía emitida por Comunicación Social del gobierno de Guerrero, con la que la revista Proceso exhibió que el gobernador Ángel Aguirre Rivero estaba en una cena conmemorativa del aniversario de la promulgación de los Sentimientos de la Nación, tiene lectura.
Con él estaban los dos principales aspirantes por el Partido de la Revolución Democrática a sucederlo en el poder: los senadores Armando Ríos Piter y Sofío Socorro Ramírez, pero también, los tres aspirantes por el Partido Revolucionario Institucional: el alcalde de Chilpancingo Mario Moreno Arcos, el diputado local Héctor Astudillo Flores y el diputado federal Manuel Añorve Baños.
Además, las cabezas de los principales grupos políticos del PRI, el ex gobernador Rubén Figueroa Alcocer, el ex gobernador René Juárez Cisneros y el propio Manuel Añorve (uno de los ex alcaldes bajo investigación por el otorgamiento de permisos para ampliar construcciones en zona de riesgo).
Con la difusión de la imagen el gobernador quiso dejar en claro que es aún el fiel de la balanza y pone su persona como cerco a las aspiraciones políticas de los interesados en la sucesión.
Pero además muestra una ambivalencia: tanto puede apoyar a su nuevo partido, el PRD, como al anterior, el PRI, lo que genera incertidumbre respecto al siguiente proceso electoral, en el que aspira a colocar a su hijo el diputado Ángel Aguirre Herrera como presidente municipal de Acapulco.
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