domingo, 31 de julio de 2016

TAL CUAL ALCALDES: EL RIVAL MAS DEBIL Luis Carlos Rodríguez González

Ser alcalde en México puede tener muchos privilegios y también riesgos. Conozco paisanos de Michoacán que pasaron sin pena ni gloria por una presidencia municipal y que en cambio amasaron fortunas respetables a costa del erario público y los negocios relacionados con obras y concesiones.

Otros que no vivieron para contarlo. Como es el caso del alcalde de Santa Ana Maya, Michoacán, Ygnacio López Mendoza, quien después de realizar una huelga de hambre frente al Senado de la República y denunciar hostigamiento del crimen organizado, sin que ninguna autoridad le brindara protección, fue asesinado días después, en noviembre del 2013.

Algunos otros que se han llegado a coludir con el crimen organizado, como es el caso de José Luis Abarca, ex alcalde de Iguala, vinculado con la desaparición de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa y quien por cierto nunca se hicieron públicos son vínculos con dirigentes del PRD, sus padrinos políticos y su participación dentro del crimen.

Pero como en botica, hay de todo. Muchas víctimas, algunos victimarios, otros buenos funcionarios y una inmensa mayoría que ven en sus cargos la forma de hacer carrera política o asegurar el futuro financiero de sus familias y amigos.
Al margen de ello han sido y siguen siendo el rival o el eslabón más débil y más apetecible para el crimen, ya sea para amenazarlos, comprarlos, coludirlos o asesinarlos.
En México existen  2,457 municipios y sus respectivos alcaldes. Muchos perdidos en la geografía nacional, otros en zonas estratégicas para la producción y trasiego de drogas, otros más en áreas aptas para el tráfico de personas o los giros negros, lo menos inmersos en conflictos políticos o religiosos.

Desde el Senado de la República, la Cámara de Diputados, algunos gobernadores como el guerrerense, Héctor Astudillo o el chiapaneco, Manuel Velasco, hablan con demagogia de “blindar” a los alcaldes, de acciones coordinadas para su protección.
Lo cierto es que en México, ser alcalde es casi tan peligroso como ser periodista. Claro, la diferencia son los salarios y todas las prebendas de los ediles. Tan sólo en lo que va del sexenio de Enrique Peña Nieto ya van 16 presidentes municipales asesinados y todavía faltan casi dos años de gobierno.

La semana pasada se registraron los últimos: Ambrosio Soto Duarte, Alcalde de Pungarabato, Guerrero, y Domingo López González, de San Juan Chamula, Chiapas.

Durante el calderonismo y su declarada “guerra contra el crimen organizado”, es decir del 2006 al 2012, se registraron 38 alcaldes asesinados. Diría el hoy encaminado a ser “el primer marido” del país que fueron “daños colaterales”.

Lo grave es que la violencia, ya sea contra civiles o políticos del último eslabón de gobierno, es decir alcaldes, sigue en ascenso en México. Ya nadie se sorprende. Aquí han matado a candidatos a la Presidencia de la República, a aspirantes a gobernadores, a ex gobernadores, a líderes del Congreso.

Los funcionarios federales y estatales ya están más preocupados por la sucesión presidencial, la elección de candidatos al Congreso de la Unión en 2018, en aprovechar el Año de Hidalgo. Lo que le pase a los alcaldes, como otros problemas que aquejan a la población como los secuestros, los homicidios, los asaltos y la violencia en general en el país, todo ello puede esperar. Tal Cual.



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